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Jerez de la Frontera, Cádiz, Spain

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En esta página encontrarás evocadoras fotografías antiguas procedentes de mi archivo particular, así como otras actuales de las que soy autor. También vídeos, artículos, curiosidades y otros trabajos relacionados con la historia de Jerez de la Frontera (Spain), e información sobre los libros que hasta ahora tengo editados.

In this page you will find evocative ancient photographies proceeding, as well as different current of my file particular of that I am an author. Also videoes and articles related to the history of Jerez (Spain) and information about the books that till now I have published

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La campana cascada de San Dionisio




    Adosada a la iglesia de San Dionisio se encuentra la conocida como Torre de la Atalaya, en otros tiempos denominada del Reloj, de la Vela o del Concejo. Cuenta la historia que fue el moro Geber Güeber quien mandó a edificarla en el año 1012, siendo reedificada a mediados del siglo XV. Para ello, cuentan las crónicas, la ciudad vendió las dos puertas de la salida de Santiago para con su importe sufragar parte de los gastos de la reedificación esta torre. También se la dotó de un reloj mecánico que daba las fases de la luna. Fue este el primer reloj mecánico de pesas que poseyó la ciudad.

     En la torre, se conservaba una famosa campana, conocida desde muy antiguo como “campana cascada”, la misma que hasta hace varias décadas rasgaba el aire con su sonido roto en la festividad de San Dionisio, día en el que se conmemora la reconquista de la ciudad por las tropas de Alfonso X el Sabio. La misión de esta campana no era, como se podría pensar, la de llamar a los fieles a misa, sino la de tocar a rebato ante la presencia de tropas enemigas o cualquier otro peligro que amenazara a la población, y a su tañido hacer tocar al resto de las campanas existentes en la ciudad para alertarla.

    Pero aquí viene la leyenda que tradicionalmente fue transmitida en Jerez  a lo largo de generaciones. Dicha leyenda cuenta que la campana tañó y tañó por sí sola al rendirse la ciudad al rey Alfonso X El Sabio, y lo hizo sin parar durante mucho tiempo hasta quedar cascada. Ciertamente no cabe pensar que los musulmanes tuviesen campanas en la ciudad, y menos que hubiese una en la torre cuando el Rey Sabio entró victorioso con sus tropas en la ciudad. Y es que esta torre, además de atalaya, también serviría como minarete desde la que un clérigo musulmán llamaría a los fieles a la oración, dado que adosada a ella se alzaba una de las mezquitas de la ciudad. Lo cierto y documentado y así lo menciona la historia en diversas ocasiones es que tras la reconquista, cuando Jerez quedó en frontera con el reino nazarí de Granada, con la campana allí emplazada se llamaba a rebato a la población a fin alertarla ante cualquier amenaza o bien reunir a la gente en caso de emergencia como incendios o catástrofes. Con el implacable paso de los siglos la campana de la torre de la Atalaya fue deteriorándose por el uso y los elementos hasta quedar cascada, siendo un sonido familiar cada 9 de octubre coincidiendo con la tradicional ceremonia del traslado del Pendón en procesión cívico-religiosa desde la iglesia Colegial hasta San Dionisio.

    Hace ya muchos años no se oye este histórico bronce en tan señalado día, el motivo es que fue quitada de su sitio en el transcurso de una de las restauraciones del templo. En tiempos recientes otra campana ha sido colocada en el lugar, desconocemos si es la vieja restaurada o bien otra nueva la que ha venido a ocupar la espadaña de la Torre de la Atalaya.

 

DEL PASEO DE CAPUCHINOS A LA AVENIDA ÁLVARO DOMECQ

 

Del paseo de Capuchinos a la avenida álvaro domecq

      Veamos la historia del más hermoso  de los paseos de la ciudad,  Capuchinos, nombre que toma del convento de los frailes capuchinos establecidos allí desde el siglo XVII. Según nos refiere el historiador y archivero municipal, Adolfo Rodríguez del Rivero, en 1784 se construyó un trozo de carretera con unas barandas de madera a ambos lados de ella, en lo que hasta entonces había sido el camino que conducía a Sevilla. Es ésta la primera noticia que tenemos del denominado Paseo de Capuchinos. Las aludidas barandas, que separaban la zona destinada a la circulación de carruajes del paseo propiamente dicho, subsistieron hasta 1810, fecha en la que una división del ejército español al mando del duque de Alburquerque en retirada hacia Cádiz pernoctó aquí y las quemaron para calentarse.

        En 1817 se invierten 1.779 reales en la plantación diversas especies arbóreas a lo largo de todo el paseo. En 1824 el ayuntamiento recibe la orden de adecentar las entradas y salidas de la ciudad con motivo de la visita de las infantas de Portugal.  Por esta causa se efectúan importantes reparaciones, para lo cual, se hizo necesario arrancar los árboles que se  sembraron siete años antes. La última y definitiva plantación que se lleva a cabo en el paseo que nos ocupa se efectúa 1852, siendo alcalde de la ciudad don José Barba y Mateo. Esta arboleda, de la que aún quedan algunos centenarios ejemplares, subsistió hasta la construcción en 1957 de la avenida Álvaro Domecq. El historiador Joaquín Portillo, en su obra Noches Jerezanas, publicada en 1839, nos describe este paseo de la siguiente manera:

      "La entrada a la ciudad por esta parte es el ameno paseo llamado de Capuchinos, porque termina con el ex convento de esta orden. Le adornan y embellecen una porción de huertas regadas con sus respectivas norias, que, con su arbolado despiden un gas tan benigno como saludable. Tiene 800 pasos de largo y se eleva no poco sobre el resto de la campiña. Principia el paseo por una glorieta o plaza circular compuesta de dieciséis ochavas, y continúa en línea recta por unos muros que forman medias lunas con sus adornos en la cúspide, casi hasta entrada de la espaciosa calle de Sevilla."

Ya hora veamos como era este paseo durante la primera mitad del siglo XX, antes de la construcción de la actual Avenida Álvaro Domecq. Lo conformaba la carretera a Sevilla en el centro, con dos paseos laterales, delimitados por hileras de árboles que le daban un sello muy característico Nada más comenzar, a la derecha, donde está el Consejo Regulador, se ubicaba una fábrica de harinas.Donde hoy se ubica el Instituto P. Luis Coloma se encontraban lo viveros municipales. Frente, en la acera izquierda teníamos la Yegüada Militar, y a su derecha la denominada Huerta de la Verbena. 

Encontramos una curiosa anécdota finales del siglo XIX y principios del XX cuando hubo en España una gran escasez de tabaco, lo que propició grandemente un contrabando masivo desde Gibraltar. Ello condujo a montar una extraordinaria vigilancia en los accesos a la ciudad por parte del cuerpo de Carabineros y por las casetas de arbitrios establecidas en todas las entradas a la ciudad. Para evadir estos controles, un grupo de contrabandistas establecieron su base en la mencionada Huerta de la Verbena. ¿Y saben como metían el tabaco en Jerez? con perros adiestrados….

En la parte izquierda estaba la Huerta de Garvey con su hipódromo, el primer campo de fútbol que hubo en Jerez: el Stadium González Byass. En la parte derecha, y ya llegando a la plaza del Caballo, la huerta conocida popularmente como “de las lechugas” frente al cementerio. Había también una fábrica de ladrillos, la Cerámica de San Rafael, y un magnífico olivar donde hoy se alza Jerez-74.

Contaban nuestros mayores que tenía un encanto especial este paseo, sobre todo por su magnífica arboleda. En las tardes primaverales, un constante el ir y venir de parejas de novios y matrimonios, el barquillero con su bombo cargado de barquillos de canela, o los vendedores del antaño popular “pirulí de la Habana” envuelto en papeles de colores. En la carretera, el silencio de un tráfico casi inexistente solamente roto por el paso de algún viejo Austin o el alegre trote de un coche de caballos.

En fin, una estampa bucólica para el recuerdo de aquellos años 20

 

BANDO PARA LA SEMANA SANTA DE 1818(*)


         El Corregidor Sr. D. Fernando Reinoso y Roldán, capitán de fragata retirado, manda se observen puntualmente las siguientes advertencias durante estos días de Semana Santa.

            Se recuerda la Real Provisión del Consejo del 20 de febrero de 1777 en el que se prohíben los disciplinantes, empalados y otros espectáculos que puedan contribuir a la indevoción y desorden.
            Manda su señoría que los músicos instrumentales que concurran a dichas procesiones no toquen en ningún modo marchas alegres y sí devotas, dolorosas, piadosas y pianas acompañando solo los varios del Miserere y el Stabat Mater.
            También manda su señoría que los demandantes no pidan limosnas con voces descompuestas sino moderadas y devotas.
            Que por ningún título suban en la madrugada del Viernes Santo al Calvario hombres y mujeres juntos rezando la Vía Sacra, pues deben hacerlo las mujeres por la mañana y los hombres por la tarde, en la inteligencia de que en caso de contravenir esto se les exijan cuatro ducados de multa y se pondrán presos por 15 días.
            Que no se tolere los días de Miércoles, Jueves y Viernes Santo que dentro ni fuera de las iglesias existan rifas, porque además de ser esto prohibido del todo, debe observarse más particularmente en dichos días, con apercibimiento de perder todos los efectos que fuesen encontrados.
            Que en la noche del Jueves y Viernes Santo cierren todas las tabernas, mistelerías, pastelerías y bodegones, sin que por pretexto alguno se abran. El despacho para el sostenimiento preciso del vecindario lo ejecutarán por rejillas y ventanas hasta la hora de las nueve y no más, bajo multa consiguiente.
            Que no se pongan en dichos días en las calles y plazas mesas de comestibles y licores ni sean vendidos por ellas. Por último, que además de publicado por bando, serán en los barrios los cabos de la guardia responsables de que así se cumpla”.

            En aquellos tiempos salían en procesión las cofradías de Los Dolores que a las tres de la tarde del Miércoles Santo salía del convento de Belén. El Jueves Santo por la tarde seis eran las cofradías que hacían estación penitencial por las calles de Jerez:  San Juan Bautista del convento de San Agustín a las cuatro de la tarde; San Pedro de la parroquia de Santiago a las tres y media; El Dolor de la parroquia de San Dionisio a las cuatro; Las Cinco Llagas de la parroquia de San Juan a las tres y media; Las Lágrimas del convento de la Vera Cruz a las cuatro y el Dulce Nombre del convento de Santo Domingo también a las cuatro.

            Por lo que respecta a la madrugada del Viernes hacían estación de penitencia la de Nuestro Padre Jesús Nazareno del convento de San Francisco a las dos; La Piedad desde el Calvario a las cuatro, y El Desconsuelo de la parroquia de San Mateo a la misma hora.[1]

            Ya el Viernes Santo por la tarde desfilaban el Cristo de la Expiración que hacía su salida a las tres; el Santo Crucifijo de San Miguel a esa misma hora y, la Soledad una hora más tarde. Por su parte el Santo Entierro no tenía hora fija pues anunciaba su salida “a la hora que llegue a la ciudad”.

(*)De mi libro: "Historias de la historia de Jerez"





[1] Curiosamente no aparece en este año la salida procesional de Jesús Nazareno

La epidemia de Fiebre Amarilla de 1800 en Jerez


      El siglo XIX comienza en Jerez con una gran tragedia: Una asoladora epidemia de fiebre amarilla se propaga desde la ciudad de Cádiz, ciudad a la que había llegado el día 30 de junio el navío Águila, procedente de la Habana, en el que habían perecido cinco tripulantes.[1]  En agosto, en prevención de que la misma llegara a Jerez, las autoridades locales ordenan tomar una serie de medidas higiénico-sanitarias a fin evitar su propagación en nuestra ciudad. Dichas medidas incluyen la obligación de todos los vecinos, sin distinción  de clases, a limpiar sus respectivas calles de escombros, basuras y animales muertos; animando a todos a encender hogueras por las noches y quemar en ellas tomillo y otras plantas aromáticas a fin de limpiar el aire. Se prohíbe entrar reses vacunas en la ciudad, así como quemar sus boñigas para hacer fuego y, bajo fuertes sanciones, se prohíbe también, admitir en casas, posadas o mesones a enfermo alguno que venga de Cádiz o los Puertos.

    A primeros de septiembre el contagio comenzó a generalizarse iniciándose una gran mortalidad, por lo que las medidas dictadas fueron mucho más severas. Se acordonó la ciudad dejando solamente una entrada en la Alcubilla. Se prohibió la entrada de correos y víveres provenientes de Cádiz. Un tribunal formado por un caballero veinticuatro, un escribano, un médico y un cirujano, examinaban escrupulosamente a todo el que intentara penetrar  en la ciudad  por aquella única puerta. Y como el caso lo requería se instalaron dos nuevos cementerios: uno en la finca de las Cuatro Norias y otro en el Tinte[2], prohibiéndose todo enterramiento en iglesias, conventos o capillas. También se dispuso la preparación de los hospitales existentes con médicos y medicinas necesarias para atender a los posibles apestados. Igualmente, para evitar entristecer aún más al pueblo, se prohibió el toque de campanas en las iglesias. Tanto eran los muertos, que los carros que recogían los cuerpos eran insuficientes, por lo que muchas familias, ante el estado de descomposición de los cadáveres, se veían obligados a enterrarlos clandestinamente en huertos, patios y jardines. Muy numerosas fueron las familias que perecieron al completo, y muchas casas hubieron de cerrarse al no quedar ni un sólo habitante en ellas.

      Durante la segunda quincena de septiembre el contagio se hizo espantoso en toda la población, causando enormes estragos entre sus habitantes. No se sabe a ciencia cierta el número de víctimas que causó la epidemia. Las cifras barajadas oscilan entre las 10.000 que daba la Junta Local de Sanidad, hasta las 30.000 que ofrecía el párroco de Santiago. Sin embargo, el estudio documentado del Dr. R. Carrión[3] nos da un total de 5.491 víctimas entre las censadas en el padrón de habitantes; aquí no estarían incluidos los transeúntes o no censados que deberían ser numerosos. Si tenemos en cuenta que la población de Jerez en ese año era de unos cincuenta mil habitantes, resulta que el once por ciento perdió la vida.[4] Como es natural, la epidemia no hizo distinción entre estamentos o clases sociales. Entre la gente principal de la ciudad, sucumbieron entre otros: el alcalde, el corregidor, catorce caballeros veinticuatro, 42 clérigos y 21 miembros del ayuntamiento.

      Los testimonios de esta tragedia son verdaderamente escalofriantes. Carros y más carros cargados de cadáveres camino de los cementerios era la terrible y constante visión en las calles de aquellos aciagos días.  El azote se recrudeció en los primeros días de diciembre y no remitió hasta la llegada de los fríos y la lluvia a finales de ese mismo mes; sin embargo, no se logró erradicar por completo la enfermedad, y la misma permaneció azotando a la población de forma endémica durante varias décadas.
Antonio Mariscal Trujillo




[1] Rodríguez Carrión, J. Jerez 1800. C.E.H.J. 1980
[2] La finca de las Cuatro Norias se encontraba situada al inicio del camino de Espera, y el Tinte en lo que hoy es la explanada de la Estación de F.C.
[3] Rodríguez Carrión, J. Jerez 1800. C.E.H.J. 1980.
[4] En la ciudad de Sevilla  de un censo de 80.588 vecinos, la epidemia se cobró 14.685 vidas. 

Padre Corona

CORONA HUMANES, Francisco. Pedreras, Sevilla, 1882 – Jerez, 1959. Arcipreste.

Hijo de familia muy humilde, pronto dio muestras de preocupación por cuantos necesitados le rodeaban. Muy joven ingresó en el Seminario Diocesano de Sevilla, cursando allí su carrera sacerdotal  y obteniendo después el doctorado en Teología.

Llegó a Jerez en septiembre de 1919 para ocupar la plaza de párroco de Santiago. En principio se instaló en una pobre pensión de la calle de la Merced. Posteriormente estableció su domicilio en unas dependencias anejas de la propia iglesia de Santiago.

Poco tardaron en apreciar sus feligreses, sobre todo los más humildes y los de origen gitano, las enormes virtudes tanto pastorales como humanas del nuevo cura, en un barrio pobre como el de Santiago y en unos tiempos difíciles y de mucha carestía como los que le tocó vivir, sobre todo tras la Guerra Civil. Su vida estuvo dedicada por entero a sus feligreses enfermos, pobres y necesitados. Su extraordinaria sencillez, su trato afable y su profunda humildad, le hizo ganar rápidamente el cariño y el respeto de todos. Sería prolijo relatar toda una trayectoria de servicio y entrega callada a los demás. Sólo baste decir que, en los terribles tiempos de la posguerra, cuando se carecía de todo, cuando el hambre y la enfermedad asolaban a la población, son muchas las familias de gitanos que reconocen no haber sobrevivido sin la ayuda del Padre Corona, quien obtenía de mil formas y con mil argucias las ayudas necesarias en comida y ropa para los más necesitados. El Cardenal de Sevilla, Arzobispo Segura Sáenz, conociendo los enorme méritos de este párroco, se sirvió nombrarle Arcipreste de Jerez.

En junio de 1959 el Padre Corona recibió el homenaje de sus feligreses al celebrar sus bodas de oro sacerdotales, en un acto solemne al que asistieron todos los estamentos de la ciudad: autoridades, clero, órdenes religiosas y el pueblo liso y llano le demostraron con este motivo el cariño, respeto y veneración que se merecía.
         Seis meses más tarde, el 24 de diciembre de ese mismo año, las campanas de Santiago y La Victoria anunciaban que el Arcipreste Corona había muerto. Su sepelio fue una de las mayores manifestaciones de pesar que se hayan conocido en Jerez. Un sencillo ataúd a hombros de sus feligreses, quienes se disputaban el honor de llevarlo, atravesó todo Jerez hasta la plaza de las Angustias, para desde allí ser llevado a cementerio de la Merced. Una calle del polígono de San Benito lleva su nombre.

Fuentes y bibl.: Marín Cabezas A. y cols., Santiago, la historia de Jerez partiendo del barrio, Artes Gráficas Delcast, Jerez 1980. Otros testimonios de familiares y personas que le conocieron.
Foto: Archivo familiar de Juan Hurtado Corona.

Asomado a mi balcón en Semana Santa



           
Llegó la primavera y con ella la Semana Santa. Semana Mayor, unos días en los que cada año, como desde hace siglos, Jerez se viste de fiesta, fiesta sagrada y solemne para rememorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Túnicas, capirotes, espartos, zapatillas, cíngulos, chaquetas y mantillas salen de los armarios en los que han estado adormecidos entre aromas de alcanfores. El olor de las torrijas, los roscos y las canelas del arroz con leche bañan el aire jerezano hasta ahora aromado por la fragancia de sus mostos.
            Y es que hasta los naranjos de sus calles parecen querer colaborar en el esplendor de esta Semana Mayor estallando en azahares, como si quisieran perfumar junto con los inciensos el paso de las Dolorosas que a través de las calles jerezanas seguirán el camino del Nazareno en su Pasión. En los barrios de San Miguel, Santiago, San Pedro o la Plazuela una cruz de espejo y guía abre las viejas puertas de los templos para que los Cristos y las Vírgenes sobre canastillas de oro o bajo bordados palios sean por unas horas peregrinos sagrarios a hombros de sus hermanos costaleros.
            Las calles cargadas de historia serán testigos de ese milagro que se repite cada año en primavera. Plazas que como las de Cristina, Asunción o Rivero serán bellos escenarios para la representación del drama de la pasión en versión jerezana. En esas y otras plazas, así como en el dédalo de calles del viejo Jerez  veremos desfilar las más señeras cofradías junto a un pueblo arremolinado en torno a sus cortejos penitenciales, envueltos por la magia de una saeta, una marcha o el sonido de trompetas y tambores.
            ¡Que alegría bulliciosa la de esos niños lasalianos que con sus palmas y hosannas acompañan el Domingo de Ramos a un Jesús triunfante subido en su pollino!. El Lunes Santo quedaremos embriagados por ese grupo escultórico que el sanroqueño Ortega Brú realizara para la Hermandad de la Cena, que en la cercana parroquia alfonsí de San Marcos fuese fundada en la única noche que nevó en Jerez en todo el siglo XX. Al día siguiente, el Cristo cartujano de la Defensión que un día abandonara las orillas del Guadalete para venirse a vivir al convento de los Capuchinos nos inflamará el alma de emoción.
El miércoles desde el mismísimo corazón del viejo Jerez y con un sobrecogedor silencio, solamente roto por el rezo del Santo Rosario, el Señor de la Tres Caídas, talla salida de la gubia de aquel escultor de origen valenciano llamado Ramón Chaveli, arrastrará tras de si a multitudes fervorosas.
            Un breve descanso, una copa en amena conversación con amigos o familia nos hará reponer fuerzas y así preparar nuestro espíritu para contemplar la más bella imagen que imaginarse pueda: la del Nuestro Padre Jesús del Prendimiento que, precedida por cientos de nazarenos de rojos capirotes y albas túnicas, se detendrá ante una hermosa casa, antaño hogar del famoso ganadero Juan Pedro Domecq, hoy bellísimo hotel, y tendremos a Jesús al alcance de nuestra mano para embriagarnos con su mirada; mientras la saeta, gitano nudo en devota plegaria, rasgará el aire de toda la plaza Rivero bajo la mirada atenta del bronce de aquel gran alcalde que fuera don Rafael Rivero de la Tijera. Al alargar un poco la mirada en dirección a Plateros, unas todavía tenues luces del paso de  Nuestra Señora del Desamparo aparecerá y se irá acercando lenta y solemnemente por la estrecha calleja de los torneros. Palio, varales, bambalinas, manto, candelabros y cirios, en perfecta conjunción armónica, dirán sin palabras que a los andaluces todo nos parece poco para ataviar y alegrar a María en su más grande Desamparo a causa del Prendimiento del hijo.
            Bullicio y jolgorio familiar, sana alegría y tertulia. Que palcos sí o palcos no, la nueva carrera oficial es demasiado larga, yo prefiero como antes. Que si los estrenos, que donde nos vemos mañana para los Santos Oficios, que si el tiempo puñetero, que si lloverá o no lloverá. “Media de Tío Pepe, una de gallo, otra de chocos y media de jamón”, y así el discurrir de otro de los días grandes de nuestra Semana Mayor.
            Y llegó el Jueves Santo. Santos Oficios en San Marcos, Santo Domingo o San Miguel, café en calle Larga antes de emprender la tradicional visita a los Sagrarios. San Marcos, Las Mínimas, Reparadoras, Hermanas de la Cruz, Santa María de Gracia, Clarisas. “Bendito sea Jesús Sacramentado” “sea por siempre bendito y alabado” repetidos con voz queda una y otra vez tras cada Padre Nuestro.
          
  Ya se acerca desde el Carmen el cortejo de la silenciosa Lanzada, detrás el Ecce Homo y su Mayor Dolor de san Dionisio, con el omnipresente recuerdo de aquel inolvidable cura Bellido que supo imprimirle la misma fuerza que él puso durante los años sesenta para la restauración de su templo. Ya de retorno a San Juan, el de los Caballeros, la Veracruz, seguida de aquella Santa María de las Lágrimas, otrora objeto de devociones multitudinarias como copatrona de Jerez y que en la calle Medina tuvo capilla hace casi dos siglos.
   ¡Que viene el Cristo, el Cristo! ¿Qué Cristo? el de la capilla marinera de San Telmo, el de la Expiración, el de los gitanos, es Viernes Santo. ¡Que figura, que hermosura, que grandeza! De allí viene, desde la Hoyanca, desde las tierras del maestro Fuentes y las de Bernardó hasta la Plazuela, por una calle del Sol donde se embriagará de saetas y piropos. Sus cargadores, vistiendo túnicas plisadas y tocados egipcios, ponen el sabor diferente de un particular estilo ancestral que nunca se debió perder. Siguiendo sus pasos hasta la plaza Rivero, camina la Virgen del Valle, chiquita, morena y bonita como ella sola.
            El fúnebre cortejo del Santo Entierro pasará de vuelta a su Calvario por la calle de la Sangre, dejándonos la nostalgia de unos días vividos con intensidad y devoción; pero con la esperanza de que el domingo por la mañana veremos otra vez pasar a Jesús, aunque esta vez... ¡Aleluya, Aleluya! glorioso y triunfante. Cristo ha resucitado en Jerez ¡Aleluya!.                                                       

                                                                          Antonio Mariscal Trujillo

Sucesos del antiguo Carnaval de Jerez

         Aunque existen noticias de la celebración del Carnaval en Jerez desde el siglo XVI, no sería hasta el XIX cuando estas fiestas alcanzan mayor esplendor y arraigo popular. Pero quizá fue durante el primer tercio del pasado siglo XX cuando adquieren mayor pompa con sus concursos de carruajes y disfraces, alumbrado extraordinario en calle Larga, comparsas, estudiantinas y bailes de máscaras por doquier.

         Voy a referir algunos de los sucesos que con motivo de dichas celebraciones ocurrieron en ese tiempo en nuestra ciudad. Así por ejemplo, en 1902, circularon billetes falsos de cien pesetas, lo que lógicamente produjo multitud de alborotos cuando la gente descubría que habían sido timados. La prensa de la época se hace eco de numerosos escándalos y altercados en la vía pública, así como la negación de la Banda Municipal de Música a actuar porque no se les pagaba, y ello ante la indignación del gentío. Los historiadores Manuel Ramírez y José A. Cirera nos cuentan que en 1904 los quince componentes de la comparsa Siglo XVIII fueron a parar a la cárcel por cantar coplas pornográficas y proferir graves insultos a las autoridades. Otros hechos delictivos como los de pedir dinero a personas pudientes y respetables bajo la amenaza de ponerlos en ridículo con sus coplas también eran frecuentes.

Por otro lado, ese mismo año de 1904 un guardia municipal borracho la emprendió a garrotazo limpio en la Rotonda de los Casinos con todo aquel que pasaba por su lado, siendo detenido por sus compañeros. También nos cuentan los citados historiadores que, en 1930, un hombre apareció en la calle Gravina con una cuchillada en el vientre, falleciendo posteriormente.

Pero el caso más grave tuvo lugar el día 26 de febrero de 1933 en plena República, cuando unos desconocidos colocaron una bomba en la puerta posterior del Casino Jerezano, la que daba a la calle Honda. La fuerte detonación se pudo oír en casi todo el centro de la ciudad. Hubo seis heridos y numerosos destrozos, tanto en el propio Casino como en las casas colindantes en las que saltaron la mayoría de los cristales. Aquello pudo haber sido una auténtica masacre a no ser porque media hora antes el baile infantil había terminado y todos los chavales se habían marchado a sus casas. El último carnaval que se celebró en Jerez lo fue en 1936, cuatro meses antes de comenzar la Guerra Civil, aunque ese año pasó ya sin pena ni gloria por el gran temor de la gente a lo que pudiese ocurrir. El Carnaval no se restableció en Jerez hasta bien entrada la década de los ochenta.