NAVIDAD 2024
Se hace saber
Desde los infinitos espacios celestiales se hace
saber para general conocimiento de niños, jóvenes y mayores de todo Jerez, que el
anuncio que hace casi nueve meses hizo un ángel del Señor a una joven desposada
con el bueno de José llamada María, diciéndole que por obra del Espíritu Santo
concebiría y daría a luz un hijo al que pondría por nombre Jesús, está próximo
a suceder.
También se hace saber que han visto
a María y a su esposo José caminando hacia una ciudad de Judá llamada Belén,
donde, como está escrito, llegará al mundo un niño que será la esperanza de la
humanidad. Se sabe que cuando lleguen a Belén les será muy difícil encontrar
posada dónde alojarse, porque son muchos los que hacia allí caminan para cumplir
el edicto del emperador Augusto de empadronarse en sus lugares de nacimiento.
Es por ello, por lo que se pide a todos los hombres de buena voluntad acojan a
esta familia en sus hogares y en sus corazones.
Por último, se comunica al pueblo
jerezano que podrán conocer el momento exacto de este gran acontecimiento por
una señal en el cielo. Será un lucero que brillará en el firmamento con tal
intensidad como nunca antes se haya visto. Lo veréis mirando hacia el oriente,
donde las tierras de asirios, persas y caldeos.
Al ver esta señal regocijaos y
cantad, cantad todos alabando al Señor nuestro Dios. Y para celebrarlo, sacad
vuestras mejores viandas y vuestros más exquisitos vinos, y compartirlos con
vuestras familias, las cuales se reunirán en torno a una mesa para celebrar la
venida del hijo del hombre. Y a la espera de ese momento decid todos conmigo:
¡Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena
voluntad!
En estas fechas nos felicitamos, nos
deseamos felices fiestas, felices pascuas, feliz Navidad, próspero año, salud y
todo lo mejor bajo las luces multicolores en nuestras calles. Y la verdad, es bello
y agradable que cada vez que nos encontremos estos días por la calle con amigos
o conocidos, nos deseemos felicidad. Es una buena costumbre y algo que quizás
establezca un fluido afectivo que humaniza nuestras relaciones. Aunque a veces
pienso: ¿Es que tenemos que ser felices por obligación precisamente en estas
fechas y no las demás del calendario? Pero, ¿cuál es el motivo? Ah, no sé, es
que debe ser así, dirían algunos, será porque estamos en Navidad. Pero la felicidad no se encuentra cuando
se busca por mucho que nos la deseen otros. Y es que la vida no nos da la
felicidad obligada por determinada fecha o momento.
La felicidad emana espontáneamente, y lo
hace desde el espíritu, desde el alma, desde el corazón, y como consecuencia de
aquello en lo que creemos y en lo que amamos. En este caso por ese
acontecimiento único en la historia de la humanidad que vino a cambiar al mundo,
tal fue la venida al mundo de Dios hecho hombre en un sencillo pesebre de una
lejana ciudad llamada Belén. Y si ese regocijo lo compartimos en feliz unión
con nuestras familias y nuestros seres queridos, ello se transforma en algo excelso
y sublime. Esa es la magia de la Navidad.
Unas fiestas con las que cada año Jerez
recobra su hermosa tradición en torno a la Nochebuena. Costumbres que se repiten
cada mes de diciembre con fuerza evocadora y cuyo origen se pierde en la noche
de los tiempos.
Evocación
Pero vayamos a aquellas nochebuenas de antes, las de
nuestra juventud, cuando alrededor de la lumbre en los viejos y entrañables patios
de las casas de vecinos cantábamos al
niño Dios las ancestrales coplas, romances y villancicos al son de sencillos
instrumentos caseros como la zambomba, la pandereta, el almirez, las tapas de
cacerolas o la botella rayada de anís tañida con una cuchara, en una feliz y
casera algarabía popular. Fiestas de aquellos tiempos pretéritos que muchos
jerezanos seguimos evocando, en los que el aroma de anises y pestiños que en
las cocinas comunes de las casas de vecindad se elaboraban invadían todo el
ambiente.
Vecinas y vecinos
y nosotros los niños salíamos al patio a probar los pestiños y roscos hechos
por una u otra familia, regándolos con una copita de aguardiente. Ello
desbordaba inmediatamente la alegría y desataba los cantos interpretados a
coro. Villancicos primero, luego romances tradicionales y también, cómo no,
coplas burlescas o irreverentes. Y como en muchas de las casas de nuestros
barrios más castizos, como los de Santiago o San Miguel, vivía alguna que otra
familia gitana, que aquí siempre vivieron mezclados con los payos, tanto villancicos como coplas a veces terminaban
siendo cantados por bulerías y arrancaban el baile.
Visita obligada en un domingo soleado a este antiguo
Sanatorio de Santa Rosalía, para admirar el maravilloso nacimiento que los Hermanos
de San Juan de Dios montaban aquí, y a la vez, departir un rato con aquellos
niños en sus camitas puestas al sol como esperando una primavera que junto con
las golondrinas les traerían el regalo de su curación. Antes de volver a casa,
una paradita en Tempul para coger algo de musgo o hierba fina con que adornar
nuestro belén.
Quizás los recuerdos más hermosos de mi niñez fueron
aquellos en los que ayudaba a mi padre a montar nuestro nacimiento. Unos cables
negros sobre unos aisladores blancos clavados en la pared, que darían corriente
a media docena de bombillas teñidas con laca de uñas o cubiertas con papel de
celofán, otra bombilla grande para imitar la luz del día. Una mesa de regular
tamaño hecha con tablas de cajones, serrín de la carpintería y anilina verde de
la droguería de la plaza de Plateros para teñirlo. Escoria o carbón de cok de
la fragua de junto a mi casa para la gruta, de la que salía un rio hecho de
hojalata, y una fuentecita a su lado de la que manaba un chorrito de agua
proveniente de un irrigador de farmacia colgado en la pared. Una embocadura
formada por un arco de ramas de palmera que traía yo arrastrándolas desde el
parque o desde otro lugar donde las estuviesen podando. El misterio cobijado
bajo corcho, los pastores de arcilla, algunos mancos otros cojos, las ovejitas y las casitas hechas
con cartón de cajas de zapatos pintadas con cal, todo ello adornado con
lentisco y musgo. Eso era todo lo necesario para convertirse en el eje central
de la Navidad en aquellos ya lejanos tiempos.
Habían llegado las vacaciones de Navidad, a mi colegio
de La Salle íbamos cada mañana los niños del coro a ensayar la misa del Gallo.
Al terminar, casi siempre, me acompañaban a casa algunos compañeros para ver mi
nacimiento. ¡Qué orgullo!, qué satisfacción mostrar a mis amigos aquel mi particular
tesoro. Mira, mira el castillo de Herodes allí arriba, y aquel patito de
plástico flotando en el agua, y la candelita, y la estrella de oriente, y los
reyes magos, y el puentecito, y la mujer con el cántaro y otra lavando, y la
mulita y el buey, y los pastorcitos, y la Virgen con el niño. Luz que se apaga,
luz que se enciende ¿Son relámpagos? sí son relámpagos. Ahora se hace de día,
las bombillas de las casitas de apagan con una vuelta de llave, y se enciende
la bombilla grande con otro interruptor. Ya ha amanecido en aquel diminuto
mundo de fantasía e ilusión.
Hay quien afirma que los recuerdos tormentos del
hombre son. Para mí no, y debe ser porque los llevo grabado a fuego en ese lugar
diminuto y oculto que debe haber en nuestro cerebro donde se almacenan las
vivencias más hermosas de la vida.
Me viene también a la memoria aquel año en el que el
Hermano Luciano, nuestro tutor del colegio, nos enseñó ese bellísimo villancico
centro europeo que es Noche de Paz. En aquellos años 50 todavía era casi
desconocido por estas latitudes, y en la Nochebuena de 1956 Noche de Paz sonó
por primera vez en San Juan de Letrán al terminar la misa del Gallo. La gente
ya salía del templo cuando desde el coro nuestras voces infantiles acompañadas
por un armonio llenaron el aire de aquella iglesia. La gente que aún estaba
dentro paró al oírnos alzando sus miradas hacia el coro, los que ya estaban
fuera volvieron a entrar y la emoción invadió a todos.
Sopla el invierno su gélido aliento, convirtiendo el
rocío en escarcha y diluyendo las nubes del aguacero. En tanto, los braseros de
picón se abrigan bajo las enaguas de la mesa. Llega el 8 de diciembre, día de
la Purísima, y la tradición ordena se pongan los nacimientos. El portalito de
corcho cobija y guarda el misterio inefable, por caminitos de arena avanzan los
pastores, un puente de cartón se refleja en un río de espejo en el que lava una
mujer. En torno suyo, chicos y grandes cantan villancicos.
Suena la zambomba estrepitosamente, con
acompañamiento de latillas prendidas en una pandereta. Los dedos resbalan por
el carrizo, las vecinas de la casa salen al patio atraídas por el ruido. ¿Qué
no van acordes? El run run de la zambomba lo disimula todo. Una voz se impone,
la de mi tía Encarna, las demás le siguen: “Madre
en la puerta hay un niño”, “una pandereta suena y yo no sé por dónde va” ¿Pero
es que no vamos a cantar el trébole?
A mí me hace mucha gracia “el maldito
calderero” decía yo a mi madre con voz trémula.
El bullicio va en crescendo; en toda la casa y hasta
en la calle resuena la algarabía y las coplas; esos lazos de oro que unía a la
gente, y que el modernismo quizás haya roto.
¿Pero que cantan ahora? ¿Dónde está Casablanca? ¿Qué
es una morería? preguntaba yo. Y una vecina del piso de arriba que sabía mucho
de eso porque se lo había contado su abuela me decía: Es un viejo romance de
los tiempos de los moros, que los juglares iban cantando por los pueblos. ¿Y
qué son juglares? Cuando ya fui mayor y oía esa copla siempre me preguntaba
cómo se había conservado a lo largo de los siglos algo que un día lejano
cantara un forastero por las calles de Jerez. A lo mejor sería porque Jerez era
una ciudad fronteriza con el reino moro, y por ello guardó esos romances al
igual que los arcos mudéjares sostienen desde entonces los techos de San
Dionisio.
Al referirme a estas coplas cantadas en las populares
zambombas, no puedo dejar de evocar como figura principal de este rico folklore
musical a ese otro inmenso, único y rico ramillete de villancicos populares con
los que Jerez canta la venida del Niño Dios. Cánticos inefables de una fe que
se clavó en el alma popular, llenos de ingenuidad y de candor; ofrenda
espontánea al misterio sublime y excelso que iluminó al mundo. Designio
celestial que hace a Dios Hombre para unir a los hombres en un lazo divino de
caridad y amor. A lo largo de los siglos estos villancicos y coplas de la
Nochebuena se vinieron transmitiendo de generación en generación, sin que nunca
fueran escritas ni gravadas en discos hasta los años ochenta.
Avanzada la década de los sesenta del pasado siglo
XX, estas fiestas populares, siempre espontáneas, que se iniciaban el día de la
Inmaculada y acababan justo en el día de Navidad, comenzaron a languidecer
lentamente. Los tiempos habían cambiado y también las formas ancestrales de
vida de los jerezanos. Como por encanto surgieron modernos bloques de viviendas
a las afueras de la ciudad y la mayoría gente se fue a vivir a ellos,
quedándose aquellos floridos patios de nuestra niñez y, por ende, la
convivencia vecinal y sus zambombas, solamente en un recuerdo.
Durante un cuarto de siglo apenas se oyeron zambombas
en Jerez, hasta que un día, ya entrada la década de los ochenta, aquella “pandereta suena que no se sabe por dónde va”
volvió a sonar mágicamente por todas las esquinas, y “los caminos se hicieron con agua viento y frío” hasta llegar al “río de Cartuja que era de vino”, no sin
antes pasar por “la calle de San
Francisco que es larga y serena, que tiene cuatro faroles y bien merecía los cañones
de la artillería”. Y así sonaron con alegría los cánticos de nuestra
tierra. Y aquellas coplas y aquel jolgorio de antaño
volvieron a llenar el aire de Jerez, ahora ayudado por unos discos que editó
nuestra perdida Caja de Ahorros.
Ya casi no quedaban vecinos en los floridos patios de
Jerez, pero en patios se convirtieron las peñas flamencas, los locales de las
cofradías y asociaciones, los portales de bloques de barriadas, las naves
bodegueras e incluso calles y plazuelas. Y el rito volvió, con nuevas formas,
pero volvió. Hoy lamentablemente nuestra ancestral tradición, es preciso
decirlo, en determinados sectores se está deteriorando en su esencia. Los
bares, los neo tabancos, los pubs, las discotecas y otros establecimientos hosteleros
se encargan de ello transformando lo que un día fuera sentimiento en un negocio
más.
Afortunadamente, para muchos como nosotros, la
Nochebuena sigue y seguirá siendo todo un sentimiento emanado de una valiosa tradición
secular. Tradición conservada por los jerezanos en un arca de plata que, cada
año, al comenzar el mes de diciembre, se abre como un maravilloso castillo de
ardiente y multicolor fuego, para inundar con su luz, sus sones y su espíritu a
nuestros hogares, a nuestras familias, y también al limpio aire de Jerez.
Pasan los años convirtiéndose en siglos. Cambian las
modas, las costumbres y hasta las palabras pierden su significado. Todo se
olvida. Lo pintoresco, lo típico, lo tradicional desaparece. Modismos nacidos
del pueblo, desarrollados en el cálido ambiente de los barrios populares, son
barridos con las escobas diligentes de lo nuevo y cual hidalgo Quijote,
destruye con su espada flamante el retablo en el que Maese Pedro conservaba la
tradición.
Viejas y encantadoras costumbres de nacimientos y
villancicos sin libreto; de pestiños, anises, mieles y candelas; de vecinos en
armonía, de paz, de amor, de fraternidad, de canciones pretéritas, de
costumbres entrañables de un pasado glorioso. Y todo sublimado por la Fe
cristiana en el tiempo sagrado de Adviento. Porque el Verbo se hizo carne y
acampó entre nosotros.
Feliz Navidad
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