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Jerez de la Frontera, Cádiz, Spain

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Aquella Plaza de Plateros




Plaza de Plateros a finales del siglo XIX


Aquella Plaza de Plateros

         En plena canícula veraniega y sentado bajo la fresca sombra de sus grandes árboles en el velador de una cervecería, una imaginaria máquina del tiempo me trasladó hasta aquella otra plaza de Plateros de los años cincuenta y sesenta del pasado siglo, cuando la misma era lugar de obligado paso, ágora ciudadana, centro comercial abierto e imaginario patio de una casa de vecinos.

         En la quietud y el silencio me recreé en todos y cada uno de sus edificios, y recordé a mi padre, con su inmaculada bata blanca, colocada sobre una impecable camisa, dejando asomar su bonita corbata, y su medio siglo elaborando fórmulas magistrales como encargado de aquella farmacia que fundara Onofre Lorente Roldán en el primer tercio del pasado siglo. Justo al lado de la botica, la panadería de Consuelito, mujer alegre y salerosa como ninguna, que hasta pudo haber sido mi madre, ya que la madre de ella estuvo empestillada en casarla con mi progenitor cuando éste apenas tenía 18 años. Cosa que no consiguió puesto que mi padre se enamoró de una niña llamada Catalina que vivía encima de la farmacia, y que a base de bajar muchas veces a llamar por teléfono consiguió su propósito.

         Junto a la panadería, la frutería de Mariano Ramírez, místico y cofrade, uno de los mejores vestidores de imágenes que hubo en Jerez. En la puerta de al lado, la tintorería Amaya con su encargada Lolita Calle, una mujer de bandera como se decía antes. Un poco más allá Borga, de Bohórquez y García, donde se vendieron los primeros motocultores mecánicos y los primeros Vespinos. O aquel Bar Victoria, regentado por Enrique, un gallego “suigenéris” con el mejor café de Jerez y que por no arriesgar mucho en su negocio sólo tenía una marca de vino: el fino Gaditano, así como dos clases de tapas: filete a la plancha y caballa en aceite. En frente, junto a la torre de la Atalaya, la barbería de los Manolos, como yo les llamaba y donde siempre había antológicas tertulias en las que se hablaba de todo en animado coloquio. Aquellos tres Manolos eran totalmente desiguales, uno alto y delgado, otro bajito y rechoncho, y el tercero menudito y poquita cosa. El gordo muy hablador y el bajito que repetía con sorna el final de las frases que el primero decía.

         En la acera de enfrente, la Papelería Salido, del padre de los Salido Freire, con el Sr. Bárcenas como encargado de toda la vida y el artista Pepe Guerra como ayudante. Junto, el almacén de Agustín Pina y más tarde la tienda donde se vendieron los primeros colchones de muelles: el colchon-muelle “Sema”. Pegado a este comercio el de muebles de un tal Camacho, del que popularmente se decía este slogan: “Para antes y después del gazpacho Muebles Camacho”. Siguiendo por la misma acera la relojería y platería “Roán” de Rosario Lorente y Angelita Lorca. Una vieja droguería, la Droguería España de D. Antonio Jiménez Canto, gran profesional del ramo y al que muchos llamaban con el cariñoso apelativo de “Don Cumplido” por su excesiva amabilidad hacia los clientes.

         Rebasando la estrecha calleja de Álvar López, la imprenta y litografía de Salido, a su vera el puesto de chucherías y baratijas de Miguel, el único que todavía subsiste, ahora en manos de sus hijos. Y donde dejar el viejo bar Recreo, regentado por dos hermanos, uno se llamaba Antonio y el otro era conocido por todos como “El Pájaro”. Buenísima persona y servicial donde los hubiere, con un torrente de voz que se le podía oír en toda la plaza. Este apelativo que nada tiene que ver con el que hoy conocemos como persona poco dada a la honradez, sino porque así se le llamaba en otros tiempos al pretendiente de alguna muchacha. Una tía mía que vivió en Barcelona hasta su muerte me aseguraba que dicho mote se lo puso ella cuando éste andaba pretendiéndola.

         Por fin, donde hoy está la cervecería El Gorila, la Magistratura del Trabajo, donde su magistrado, D. Eduardo Mozón, resolvía los conflictos laborales, a la vez que cuidaba amorosamente de su único hijo afectado del síndrome de Donw. En el lateral de este edificio y en el solar que dejara una casa derribada, unos puestos en los que se vendían periódicos, pescado y churros, y en la acera de enfrente un popular tabanco, el “Número Uno” con su tabernero Juan de toda la vida y el mejor “Maestro Sierra” fresquito, y servido en vasucos a su genuina clientela. Plaza toda ella de doble circulación, en una de cuyas aceras había una parada de taxis, posiblemente los mejores y más modernos de la ciudad. Recuerdo los nombres de algunos taxistas como los de Paco Fernández, Berro, Chica o Coiras.

         Una plaza con un incesante ir y venir de gente, con un comercio bullicioso, alegre y animado, en la paz y el sosiego de unos tiempos en el que toda su encantadora gente formaba parte de una verdadera familia y que ya nunca volverá.

                                                                  Antonio Mariscal Trujillo


                            Plaza de Plateros años 60                Foto: Luis Vázquez Calderón


1 comentario:

  1. Perfecta descripción de nuestra Pz Plateros a la que conozco al dedillo, pues nací (1958) y me críe en Pz San Marcos. Sólo una cosa le tengo que reprochar:
    ¿Cómo ha sido usted capaz de olvidar el chillerío y cagadas de miles de gorriones mientras buscaban el encame a última hora del día? (jejeje). Lo dicho, gracias y ENHORABUENA

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