Las distintas variedades de cepas
silvestres distribuidas a lo largo del Mediterráneo y en otros lugares de clima
templado son las que dieron lugar a numerosas plantaciones de viñedos en estas
mismas regiones. No se puede decir que la vid sea originaria de España ni
tampoco sabemos a ciencia cierta quienes la introdujeron. El escritor romano
Rufo Avieno escribió un libro de viajes titulado: Ora Marítima en el que da cuenta de las peculiaridades de
las tierras que rodean al Mediterráneo y el litoral Atlántico entonces
conocido. Dice que fueron los fenicios quienes fundaron Cádiz (Gades) y Jerez
(Xera) hacia el año 1.100 a .C.
y que trajeron vides procedentes de la tierra de Canaam. Otros autores afirman
que cuando los fenicios llegaron a nuestra zona
ya encontraron un vino mejor que el que ellos consumían. Lo cierto es
que, como queda patente en diversas excavaciones arqueológicas tales como las
del poblado fenicio de Doña Blanca entre Jerez y El Puerto de Santa María,
desde la época fenicia se pueden observar depósitos domésticos en el subsuelo
de algunas de las viviendas que
utilizaban para almacenar aceite y vino.
Cuando los
romanos llegaron a nuestra tierra encontraron numerosas plantaciones de
viñedos. En la tríada mediterránea, el trigo, el aceite y el vino fueron los
productos básicos de la explotación agrícola, aunque varios edictos imperiales
restringieron el cultivo de la vid a fin de favorecer la exportación los vinos
producidos en la península itálica en detrimento de los de Hispania. Tan sólo
se libraron de su destrucción las viñas béticas, así el vino producido en Ceret
llegó a ser muy apreciado en la capital del imperio, por lo que era exportado
por vía marítima en enormes ánforas de barro cocido. Vinum Ceretanum, Vinum
Gaditanum y Vinum Hastense se documentan en diversas inscripciones. Por ello no
es de extrañar que en los distintos yacimientos correspondientes a villas o
cortijos de ese tiempo también se hayan
encontrado depósitos subterráneos y restos de ánforas para el almacenamiento de
vino.
La
obra escrita más antigua que sobre el cultivo de la vid y la crianza del vino
en nuestra tierra data precisamente de la época
romana. El tribuno y agrónomo Lucio Junio Moderato Columela se ocupa de
ello en su tratado Sobre la agricultura. Desde entonces han sido muchas
las obras y referencias históricas que sobre este tema se han ido conociendo
hasta llegar a nuestros días. En la
España visigótica, San Isidoro de Sevilla cita en el año 634
de nuestra era en su obra De Laude Hispania doce clases de uvas
destinadas a la mesa del rey. La
actividad vitivinícola en la actual zona del “jerez” no cesó ni tan siquiera
durante los casi seis siglos de dominación musulmana. Se sabe que durante todo
ese tiempo se siguió cultivando la vid, oficialmente para comer su fruto o para
la elaboración de pasas, dado la prohibición coránica a los creyentes del
consumo de alcohol, aunque se tiene la certeza de que también en dicha época se elaboraba vino; es más: la
palabra “al-ambiq” proviene de la lengua árabe, y claro está que un alhambique
sólo sirve para destilar alcohol (“al-kohl”). En el siglo XII existen ya
pruebas documentales de embarques de vinos desde Jerez a la Britania del rey normando
Enrique I siendo ellos los que venían a
buscarlos a nuestras costas.
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