Nunca supe cual era su verdadero nombre,
sólo sé que todos le llamaban “El Varilla”. Era un personaje muy conocido en
Jerez a causa de sus excentricidades, posiblemente debidas a un incorrecto
funcionamiento de su mente, unido a una asidua afición por el vino. Tenía una
madre que lo adoraba, decían que era una “santa”, que lo cuidaba con cariño y
esmero. Nunca supo lo que era la tristeza, siempre alegre, siempre contando un
chiste o la última anécdota satírica; se reía hasta de su sombra. Su manía eran
los disfraces, igual lo veíamos vestido de flamenco que con traje de gitana
cuando era feria, o de torero cuando había corrida. A veces hasta con un bikini
puesto encima de su ropa y con un paraguas a modo de sombrilla. Que los
soldados del regimiento juraban bandera, pues el de legionario. Que llegaba la
vendimia, entonces se cubría con hojas de parra y se colgaba racimos de uva.
¿De donde sacaba los disfraces? eso nunca logré averiguarlo. El caso es que sus
originalidades se convertían en tema de conversación de casi todo Jerez.
Era costumbre que muchos de los socios,
ya mayores, del Casino Jerezano, cuando este se ubicaba en la calle Larga, se
sentaran en la calle durante los meses veraniegos en unos sillones. Pues bien,
en cierta ocasión, el Varilla apareció por allí con un saco lleno de cuernos de
toro, que sabe Dios de donde los había sacado, y vaciándolo al pie de aquellos
encopetados señores dijo: “que cada uno
coja el suyo”. ¡La que se pudo formar! Algunos comenzaron a reír a
carcajadas y no pararon hasta el día siguiente, pero no del detalle del
Varilla, sino de la cara que pusieron algunos que se sintieron aludidos.
Muchas veces iba por la calle y al que
pasaba le pedía un duro, a veces con insistencia cuando no lo conseguía a la
primera. Tanto le llegó a insistir a uno que se resistía a su petición, que al
final accede diciéndole: “Toma el duro y
vete ya”. A lo que el Varilla le contesta: “Anda, si te parece por un duro me quedo y encima te pinto la fachada”.
En otra ocasión., otro le da un duro y le dice: “Toma pero no te lo gastes en vino”. La respuesta del Varilla fue: “No, si te parece me compro un cortijo”
Cierto día apareció por la Casa de Socorro, llevaba
colgado un pico y una pala, de esos que sirven para hacer boquetes en el suelo,
producen ampollas en las manos, dolor en la región lumbar, y que temen más que
a un Miura aquellos que no han doblado el espinazo en su vida. En la mano
llevaba unas tiras de papel numeradas y de un botón de su camisa colgaba una
caja de aspirinas. Entonces le pregunté: “¿Qué
haces tú con un pico y una pala?- Es que las estoy rifando, me contestó. ¿Y esa
caja de aspirina que llevas colgada? Esta no se rifa, es para regalársela a
quien le toque el premio”, respondió con una sonrisa maliciosa. Y así
siguió caminando por las céntricas calles de Jerez haciendo las delicias de la
gente con las que se tropezaba.
Acostumbraba también a ir algunas veces
a la Bodega Domecq
en la que ejecutaba algunas de sus ocurrencias, hasta que llegó un momento que
aquello llegó a molestar a alguno de sus directivos dando orden al portero de
que no volviera a dejarlo pasar. Y así cuando otro día volvió, el portero le
dijo que no se le ocurriera dar un solo paso para dentro. El Varilla da media
vuelta y, cuando parecía que se había marchado, vuelve tras sus pasos, se pone
justo en el dintel de la entrada, levanta su pierna derecha, la extiende,
traspasa con ella el límite de la entrada y, un centímetro antes de que su pie
posara en el suelo se vuelve bruscamente, retrocede dos pasos, le hace un corte
de manga al portero y le dice: “¿Ves como
entraba?”
Pasó algún tiempo sin que nadie
volviera a verlo, decían que su madre había muerto, y que al no tener quien lo
cuidara, lo había recogido en el Albergue de San Álvaro[1].
Pasaron varios meses, quizás un año, cuando nuevamente se volvió a ver al
Varilla por las calles, pero ya no era el borrachín simpático y bonachón que
habíamos conocido antes, era un vagabundo sucio y enfermo, ya no inspiraba risa
o alegría, sólo una gran tristeza. El Albergue de San Álvaro había cerrado sus
puertas por falta de recursos y el Varilla se había quedado en la calle en el
más completo abandono. Dormía en cualquier rincón, pedía limosna y bebía para
olvidar. Varias semanas después, sería allá por el año 1976, cuando una mañana
lo vi tirado en la puerta del viejo Hospital de Santa Isabel. El pobre al
sentirse muy enfermo encaminó sus pasos a este centro sin saber que un año
antes lo habían cerrado. A la puerta de su entrada tapiada encontré al Varilla
tendido. Fui a un bar cercano por un vaso de leche, se lo di a tomar y llamé a
continuación a la policía municipal.
Cuando ésta llegó, lo subieron al coche
patrulla para trasladarlo a algún centro benéfico. Ya en el vehículo le dije a
los agentes: cuídenlo, cuídenlo con todo cariño, pues, además de un ser humano
es parte de Jerez, tanto como la torre de la Colegial o las palmeras
de plaza del Arenal. Pocos días después supe que el Varilla había muerto en el
Hospital de Mora de Cádiz, Su figura y sus ocurrencias quedaron para siempre en
el recuerdo de todos aquellos que le conocimos.
De mi libro: La historia pequeña de Jerez de la Frontera
Foto: Cristóbal Peña Armario, por gentileza de Antonio Valenzuela Sorroche y Francisco Frías Reyes
Interesante artículo a este gran hombre que formo parte de la historia de Jerez, y que tuve el gusto de conocer de niño. Un Saludo Cordial
ResponderEliminarCuantos recuerdos de este hombre , yo era pequeña y aún me acuerdo de el...
ResponderEliminarLo conocí era de mi barrio, dicen que los disfraces se lo preparaban en una barbería del barrio san Miguel.
ResponderEliminarAuténtico maestro de la interpretación callejera.
Yo era mu pequeño pero lo recuerdo tal cual por que jerez tenía muchos personajes como Emilio el Guardia Pepito el del Huerto Rocique Juanele Maria la Pajillera y un largo. ECT
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