Considero que es uno de los períodos más
interesantes en la historia de Jerez,
dado que de ese tiempo parte la fisonomía de la ciudad y del centro urbano que
ha llegado hasta nosotros. Es una época en la que Jerez deja de ser una ciudad
anclada en un pasado ya añejo, “ciudad convento”, como la denominan algunos
historiadores, para pasar a ser una ciudad agroindustrial con grandes
transformaciones urbanas y sociales.
Dicho siglo
comenzó de una manera trágica con la terrible epidemia de Fiebre Amarilla de
1800 que llevó a la tumba a miles de jerezanos, así como la invasión
napoleónica, diez años después, que dejó a la ciudad en la ruina. Ello no fue
óbice para Jerez se fuera poco a poco recuperando de aquellos aciagos tiempos.
Avanzada la centuria y tras la desamortización de Mendizábal en 1835 muchos
conventos quedaron deshabitados. Años más tarde algunos de ellos son derribados
y convertidos en plazas públicas, tal es el caso de las del Progreso, Veracruz,
Doña Blanca o del Banco. Se construyen numerosas casas señoriales de bellas
portadas y surgen nuevos barrios como el de Mundo Nuevo. También los arrabales
de San Miguel y Santiago se pueblan cada vez más hasta el punto de acoger a una
gran parte de la población. Baste con decir que el área que abarcaba entonces
la parroquia de San Miguel llegó a tener más habitantes que todo el resto de la
ciudad. Con el auge del comercio de nuestros vinos se va construyendo un
cinturón industrial de cascos bodegueros que envolverá por completo a la población
y convivirá con ella en plena armonía hasta el último tercio del pasado siglo
XX. Y el negocio del vino va tomando auge inusitado, hasta convertirse en la
primera fuente de divisas por exportación de nuestro país, generando a su vez
grandes capitales sólo comparables con los que producía la industria textil catalana.
Son derribadas las cuatro puertas de la
muralla por considerarlas ya inútiles y entorpecer la comunicación con los
barrios de extramuros, quedando consolidada como zona céntrica y comercial,
entre otras, las actuales zonas de Plateros, Consistorio, Algarve, Larga, San
Francisco, Arenal y Cristina. En 1829 se hace un proyecto para la construcción
de un “camino de hierro” hasta el Portal, línea férrea que pudo haber sido la
primera de España, aunque debido a diversas circunstancias no se pudo
materializar hasta 1854 con la línea Jerez - Puerto de Santa María - Trocadero.
Se hacen buenas obras de urbanización, con empedrado y alcantarillado, así como
la instalación en 1847 de alumbrado público en las calles y plazas del centro
urbano con farolas alimentadas por gas. Bajo la presidencia del ilustre marino
Francisco de Basurto y Vargas, se crea la Sociedad Económica de Amigos del
País, con cuyo patrocinio se ensayan con éxito nuevos cultivos como el
arroz y la patata, promoviendo el
desarrollo de las artes y la cultura así como la edición de periódicos
ilustrados.
Pero, ¿cómo era la ciudad de nuestros
tatarabuelos? Comencemos dando unos retazos de aquel Jerez de entre siglos.
Para ello veamos lo que dicen algunos viajeros ilustrados que a modo de
reporteros de la época nos lo cuentan. Así Juan A. Estrada en su obra Población de España dice:
Xerez
de la Frontera ,
ciudad grande y hermosa sobre las riveras del Guadalete, en un terreno fértil y
bien cultivado con buenos árboles, cercada de murallas, con calles anchas,
limpias y de buen piso, una plaza grande, una casa Ayuntamiento, una insigne
colegiata donde reside un vicario general del Arzobispo de Sevilla, y una
Sociedad Económica”.
Otro viajero, el famoso Antonio Ponz,
en su obra Viage a España (sic)
publicada en 1794, dice entre otras cosas:
Al
instante que entré en Jerez, conocí lo que puede un magistrado celoso y activo;
comparando sus calles actuales con lo que eran antes; esto es, barranco de
inmundicias y albañales casi todas ellas. Por lo mismo que las calles de la
ciudad son anchas y espaciosas, mejor que las de otras principales ciudades de
Andalucía, era mayor la incomodidad de andarlas en tiempos lluviosos; ahora son
verdaderamente cómodas y magníficas, con sus ánditos de losas a los lados,
mejores que los de esa corte, de modo que cuando estén todas concluidas y
empedradas en la forma que las hechas hasta ahora, será Jerez, por este
término, una de las más lindas ciudades de dentro y fuera de España, y tendrán
motivo sus vecinos de acordarse del señor don José Eguiluz, su actual
corregidor.
Sin embargo unos años más tarde el
vicecónsul inglés en la ciudad, Jorge W. Suter, escribe todo lo contrario. Dice
que Jerez es un pueblo grande y destartalado, que no existen coches de
alquiler, solo particulares y muy anticuados. Ninguna calle tiene
alcantarillado, pavimento ni alumbrado. Cuando llueve el lodo llega a media
pierna por lo que es difícil atravesar las calles, sobre todo de noche por la
absoluta falta de alumbrado; por lo que se hace preciso que un criado vaya
delante con un farol en la mano y un garrote en la otra para protegerse de
atracos.
De todas maneras diremos que, como bien escribe A. Ponz, durante la
época del corregidor Eguiluz, a finales del siglo de las Luces, fueron muchas
las obras de saneamiento y empedrado que se llevaron a cabo en Jerez, por lo
que puede deducirse alguna parcialidad o animadversión del vicecónsul inglés
hacia nuestra ciudad. Lo que sí podemos tener por cierto es que las viviendas
de la gente modesta eran en su mayoría lóbregas, húmedas y faltas de
ventilación, dado el trazado angosto de las calles del casco antiguo. Casi
todas las casas solían tener patio que servía de desahogo y ventilación; pero,
por otro lado, el hacinamiento de familias numerosas en una o dos habitaciones,
la falta de agua corriente y de servicios higiénicos favorecería la transmisión
de enfermedades.
La vieja muralla con casas adosadas a uno y
otro lado seguía envolviendo a lo que fue la ciudad islámica. Y en la zona de
extramuros seguían creciendo los populosos barrios de San Miguel al Este y el
de Santiago al Oeste, además de los de La Santísima Trinidad y San Pedro. Es
precisamente en esa época cuando, debido al gran auge de nuestra industria
vinícola, se comienza a construir un gran cinturón industrial compuesto por grandes
naves bodegueras que irán reemplazando a las antiguas de intramuros mucho más pequeñas y con planta alta para
guardar el grano.
En el capítulo educativo, se
comienzan a crear escuelas gratuitas para niños y niñas hasta ese tiempo casi
inexistente, ensayándose nuevos sistemas pedagógicos sobre la memoria y la
lectura en la llamada Escuela de Estudios Mutuos instalada en el palacio de
Villapanés. Mediante el testamento del bodeguero Juan Sánchez de la Torre se
crea un Instituto de Humanidades, el cual se transformaría años más tarde en
Instituto de Segunda Enseñanza, hoy P. Luis Coloma. En el ámbito sanitario se
proyecta la reunión de los cuatro pequeños hospitales de la ciudad en un
Hospital Municipal, el de la Merced, más tarde llamado de Santa Isabel, mucho más
amplio y mejor dotado que los anteriores. También se introducen notables mejoras
en la Casa-cuna. Por aquel tiempo se adapta el que fuera convento de Belén para
cárcel de la ciudad, derribándose la
establecida en la plaza de San Dionisio o de Escribanos. El historiador
Portillo nos dice que una vez
terminadas las obras de adaptación, esta cárcel podía contarse entre las
mejores de Andalucía por su embaldosado, aseo, amplitud y vistosa fachada.
Jerez contaba a mediados de la
centuria con una población de derecho de unos cincuenta mil habitantes, los
cuales habitaban en sus 40 plazas y 227 calles y callejuelas. Se suministraba
del agua de numerosos pozos y aljibes particulares así como de 7 fuentes
públicas. Poseía 4 relojes de campana y 625 farolas de gas para el alumbrado nocturno
de las calles, las cuales eran vigiladas por 44 serenos armados.
Antonio Mariscal Trujillo
Publicado en Diario de Jerez el 12 de enero de 2015
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