Si mal no recuerdo, cuatro han
sido los centros de enseñanza regidos por congregaciones religiosas femeninas
que desaparecieron de nuestra ciudad en las últimas décadas. El Servicio
Doméstico en el Arroyo, las Oblatas en San Benito, el Santo Ángel en la
Tornería y las Carmelitas en San Marcos, Este último me voy a permitir evocarlo
por el hecho de haber sido mi primer colegio y el de muchísimos jerezanos.
Su fundación
Ubicado en dos grandes casas contiguas
separadas por un patio que ocupaban toda una manzana entre las calles Compañía
y San José con fachada principal frente al templo de San Marcos, el Colegio de
las Carmelitas en el que tantos cientos de jerezanos aprendimos nuestras
primeras letras e hicimos nuestra Primera Comunión, permaneció en ese lugar entre
los años 1905 y 1970. Centro de enseñanza regido por las Hermanas Carmelitas de
la Caridad, una congregación religiosa fundada por santa Joaquina de Vedruna
cuya misión era la de atender a enfermos y menesterosos.
Las primeras religiosas de esta
congregación que llegaron a la provincia de Cádiz en 1860 fueron diez monjas
enfermeras que se establecieron en San Roque con la misión de atender a los heridos
de la guerra en Marruecos comenzada en octubre de 1859 ante la amenaza de las
cábilas rifeñas de invadir Ceuta y Melilla. Acabado dicho conflicto, las
hermanas pasaron a prestar sus servicios humanitarios en el Hospital de Mujeres
de Cádiz. Posteriormente fundaron diversos colegios tanto en la capital como en
el Puerto de Santa María y Jerez, ante la apremiante necesidad de centros en
los que impartir educación a niños y sobre todo niñas de las clases más
desfavorecidas donde escasamente llegaba la instrucción pública. Estas monjas
se establecen en Jerez el año 1869, abriendo un colegio para niñas en el
entonces deshabitado desde 1835 Convento del Carmen. De allí y bajo los
auspicios de la caritativa dama Juana de Dios Lacoste se trasladaron en 1885 al
palacio de Ponce de León propiedad de dicha señora, hoy colegio y comedor de el
Salvador en la calle que lleva su nombre, donde continuaron su labor docente
así como con la denominada “Cocina Económica” en la que dar alimento a los
necesitados y que doña Juana de Dios mantenía a sus expensas. Ese mismo edificio
fue donado en testamento por su hijo Luis de Ysasi al Ayuntamiento de Jerez
para centro de enseñanza. El 8 de marzo de 1905 las Hermanas Carmelitas se
trasladan al edificio de San Marcos, y son las monjas de la Caridad de San
Vicente de Paúl las que se hacen cargo tanto del centro de enseñanza como del
comedor para pobres.
Un día de 1948
Al colegio de las Carmelitas de
Jerez llegué en septiembre de 1948 de la mano de mi madre vestido con uniforme
azul de marinerito. Eran tiempos aciagos, nuestro país aún no se había repuesto
de aquella tragedia que lo asoló durante la Guerra Civil. Una época de penuria
económica, escasez, hambre, racionamiento y estraperlo. El día 18
de agosto del año anterior la terrible
explosión de un depósito de minas submarinas almacenadas en Cádiz hizo saltar
por los aires a una buena parte de esa ciudad, arrasando completamente el
barrio de San Severiano y provocando la mayor catástrofe de su historia. Hubo
cientos de muertos y más de 5.000 heridos. La tremenda detonación se sintió en
Jerez con gran intensidad, produciendo la ruptura de muchísimos cristales y
provocando una gran alarma entre la población. Pocos días después,
concretamente el 27, toda España lloraba la trágica muerte en la Plaza de
Linares al mayor ídolo de la torería de todos los tiempos: Manuel Rodríguez
“Manolete”. Cuentan que fue uno de los veranos más secos y calurosos que se
recuerdan.
Aún recuerdo las imágenes de aquel
colegio. Un edificio, estimo que del siglo XIX o anterior, de aspecto serio e
institucional del que desconozco su origen, pero que pudo ser anteriormente
residencia de noble o acaudalada familia y que supongo sería vendido o legado
por sus antiguos propietarios a las Hermanas Carmelitas para la instalación de
su nuevo centro docente.
Por la puerta situada frente a
San Marcos se accedía, nada más cruzar el zaguán, a una escalera situada a la
derecha que conducía al piso alto en el que se encontraban algunas clases de
niñas, así como un taller de costura y bordados denominado Obrador de San José,
en el que jóvenes muchachas aprendían el oficio de costureras y bordadoras, donde
además se confeccionaban artísticos mantos, faldones y palios para las imágenes
de las dolorosas de nuestra Semana Santa, así como otras vestiduras y
ornamentos sagrados. También recuerdo que se elaboraban allí las obleas que
luego se convertirían en hostias consagradas.
Desde el
antes citado zaguán y, a través de un primer patio, se accedía a un segundo. Un
patio con naranjos y arriates en los que crecían verdes enredaderas, moradas
buganvillas y blancos jazmines. También había una gruta con una imagen de la
Virgen de Lourdes con una fuente. Justo al lado de la gruta se abría la puerta
de una pequeña y preciosa capilla.
También en la planta baja
estaban las clases de los niños además de otras aulas para niñas que eran
educadas gratuitamente. Estas niñas, procedentes de clases necesitadas no
pagaban mensualidad ni llevaban uniforme, sólo un babi blanco que cubría sus
humildes ropas. Las mismas no entraban al colegio por la puerta principal, sino
que lo hacían directamente por una lateral que daba a la calle San José, la
misma por donde también accedían los niños. Desde luego que no voy a entrar en
este asunto que hoy sería calificado como discriminación, pero entonces era así
y todo el mundo lo daba por bueno, es más, supongo que los padres de estas
niñas estarían muy agradecidos a las monjas por escolarizarlas y darles una buena
enseñanza de forma gratuita en unos tiempos en los que la instrucción pública
no alcanzaba a todos y menos a las niñas. Lo cierto es que la pequeña cuota
mensual que pagaban unos, servía para que aquellos que no tenían nada
recibiesen la misma enseñanza aunque lo hiciesen en clases separadas. Para
comprender esto hoy sería preciso ponerse en la mentalidad de la época.
A pesar de los años
transcurridos, llevo grabado en mi memoria el rostro de la Hermana Carmen,
nuestra tutora. Su sereno semblante, su cara aterciopelada y su grave aunque
dulce voz, me quedaron impresas para siempre en ese lugar de la mente donde se
deben almacenar los recuerdos más sublimes de la infancia.
Nuestra clase estaba presidida por una imagen del
Niño Jesús de Praga, cuya devoción nunca he olvidado a pesar de los años
transcurridos. Hasta el punto que cuando en el año 1999 visité por primera vez
la capital de la República Checa, sacrifiqué una tarde de nuestra estancia
turística allí, tratando de encontrar el templo donde se veneraba. Mi esposa y
yo preguntamos y preguntamos haciéndonos entender como buenamente podíamos,
chapurreando francés, inglés y hasta por señas sin que nadie nos entendiera ni
supiera darnos norte. Por fin, después de mucho indagar
pudimos encontrar la iglesia de Santa María de la Victoria, y postrarnos a orar
ante la pequeña imagen del Niño Jesús que allí se venera desde 1628, año en el
que una dama, María Manrique de Lara, casada con el canciller de Bohemia lo
llevó allí desde España.
El final de una
larga etapa
Pues bien, un día, a finales de
1970, al pasar por mi antiguo colegio vi un letrero sobre el dintel de la
puerta que decía: “Colegio San Juan de Ávila”. Supe después que aquellas Hermanas
Carmelitas, después de más de un siglo en Jerez, se habían marchado para
siempre y aquel colegio estaba ahora en manos de una nueva congregación
religiosa. Resulta que unos meses antes, en junio de ese mismo año de 1970, dos
monjas de la congregación de las Hijas de Nuestra Señora del Sagrado Corazón
llegaron a Jerez procedentes de Barcelona para ver la posibilidad de ocupar
aquel Colegio que cerraba sus puertas para ellas continuar en el mismo su labor
docente, como así lo hicieron
De esta
manera, el día 4 de noviembre de aquel mismo año de 1970 un grupo de ocho
hermanas de la congregación antes citada vinieron de Barcelona para tomar el
relevo de las Carmelitas con la mayor de las ilusiones, en la seguridad de que
su obra docente en nuestra ciudad daría en un plazo no muy lejano los frutos
deseados.
Pero el paso del tiempo no
perdona a nadie, tampoco a las viejas edificaciones. Aquella casa de más de dos
siglos de antigüedad se caía de puro viejo, por lo que la seguridad de los
alumnos no estaba garantizada. Ante tal circunstancia las monjas llegaron a un
acuerdo con el empresario José María Ruiz Mateos para la permuta de aquel viejo
caserón por unos terrenos en Montealto a fin de edificar uno nuevo. El viejo
colegio de las Carmelitas fue derribado y en su lugar se alza desde entonces un
edificio de viviendas.
Antonio Mariscal Trujillo
Fotos: Archivo de Antonio Mariscal y Manuel Román
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