Corría el
mes de marzo del año 1987 cuando le pedí a mi buen amigo Antonio Sánchez, de la
desaparecida bodega Palomino & Vergara, nos cediera su
hermosa “Sala del Consejo” para celebrar una nueva sesión de nuestra tertulia
Noches Xerezanas. No podíamos imaginar aquel primer jueves del citado mes la
inolvidable velada que nos aguardaba aquella noche y que sin duda sería el
espaldarazo definitivo para la consolidación de nuestro naciente grupo
tertuliano. El tema a debate establecido para aquella reunión fue sobre Jerez y
sus cantes.
Aquella tertulia
Nuestra
tertulia “Noches Xerezanas” había iniciado su andadura dos meses antes en la
sede de la Peña Los Cernícalos, cuando un grupo de jerezanos inquietos por
nuestra ciudad, su cultura, sus costumbres y sus tradiciones fundamos el grupo
para, al igual que aquellas evocadoras y viejas tertulias de café, conversar y
debatir sobre nuestro tema favorito: Jerez. Para ello, el día 4 de diciembre
del año anterior y apadrinada por el recordado profesor de la Universidad de
Cádiz, el Dr. Antonio Orozco Acuaviva, tertuliano, ateneísta y presidente a la
sazón de la Real Academia Hispano Americana, dio el disparo de salida a un
largo peregrinar cada primer jueves de mes por los lugares más entrañables y
típicos de Jerez como bodegas, peñas, entidades, palacios o mesones. Un camino
que se iba a prolongar durante un cuarto de siglo debatiendo, conversando e
intercambiando ideas. En definitiva, disfrutando de la amistad mediante el don
más maravilloso que posee el ser humano: la comunicación con sus semejantes,
pero eso sí, alrededor de una copa de buen “jerez”
Aquel Salón del
Consejo situado en la parte alta del edificio, hoy abandonado, de la calle
Colón anexo a las bodegas, donde se encontraban sus elegantes y señoriales
oficinas, uno de los escritorios más bellos que se haya conocido en Jerez.
Lugar acogedor, bien decorado como corresponde a las funciones que tenía, que
no eran otras que la de atender a sus visitantes y mejores clientes.
Como
invitados tuvimos aquella noche a Juan de la Plata y Manuel Pérez Celdrán por
la Cátedra de Flamencología, a Diego Alba creador y conservador de los
“Archivos del Cante Andaluz”, a Joselito Méndez, perteneciente a la saga de los
“paqueros” y que entonces ya despuntaba como excepcional cantaor; un
jovencísimo chaval apodado el “Mijita” de la familia de los Carpio; un orondo y
bonachón guitarrista llamado Pepe Ríos, y un personaje que a todos nos dejó impresionados,
su nombre de pila: José Galán y su apodo era entonces “Bizco de los Camarones”,
aunque hoy después de numerosos triunfos con su arte y de que le hayan
“arreglado” su ojo derecho, es conocido como “José de los Camarones”. Alguien
preguntó a este último el porqué de su apodo, y él con la velocidad de un
disparo respondió: muy sencillo, no lo
ve, porque soy bizco y además vendo
camarones.
Fue aquella una tertulia antológica de la que todos los
asistentes guardaremos siempre gratísima memoria. Tras las presentaciones de
rigor, el flamencólogo Juan de la Plata nos habló del origen del cante y bailes
flamencos tal como actualmente lo conocemos, así como sus antecedentes
históricos hasta remontarse a las “Bailarinas de Gades” citadas por Estrabón en
sus escritos y cuya representación gráfica puede muy bien ser la que muestra la
terra sigilata conservada en nuestro Museo Arqueológico. También hizo
referencia a un “flamenco” de los tiempos de Abderramán II apodado “El Pájaro
Negro”. Tras un animado coloquio entre los estudiosos de nuestro arte, se
analizaron las diferencias existentes entre los cantes de los dos barrios
flamencos jerezanos: los de San Miguel y Santiago, tema en el que las opiniones
eran encontradas entre los partidarios de uno y otro barrio por aquello de que
“el libro de gustos está en blanco”. En plena discusión entró en escena el
“Bizco de los Camarones” hasta ahora en silencio, para cortar en seco la
polémica diciendo: “Lo mejó que tiene Santiago es lo mismo que tiene la
Prazuela: los dos barrios son de Jerez.”
Envueltos por la magia
Tras esta sentencia el Bizco comienza a exponer su
filosofía de la vida, demostrando a todos una sabiduría aprendida en esa
popular y sabia universidad que es la calle. Una filosofía profunda y tan real
que a todos nos dejó asombrados. El Bizco hablaba y hablaba y de su boca salía
toda la sapiencia característica de lo andaluz, la misma que don José María
Pemán dejara magistralmente recogida en su obra “El Séneca” ya que, según
cuentan, éste no hizo más que darle forma literaria a los razonamientos
filosóficos del capataz de una de sus viñas. Asombrados estábamos con aquella
concepción de la vida de una persona que se ganaba el sustento cogiendo
camarones en las aguas del Puerto de Santa María, para luego venderlos cocidos
en su blanco canasto por las calles de Jerez.
Nos contó
mil historias de la calle y mil anécdotas de su vida, de las que voy a referir
solamente una. Resulta que trabajó durante algún tiempo como camarero en
Barcelona. Un día apareció a última hora por aquel restaurante nada menos que
Monserrat Caballé acompañada de otras dos personas. Cuando terminaron la cena,
ya con el establecimiento casi vacío, el Bizco se acerca a la diva y le dice lo
mucho que la admira por su arte, añadiendo a continuación que el también era
cantante pero de flamenco, y que por ello y en prueba de su admiración le
quería obsequiar con un cante. De modo que inmediatamente se arrancó por
seguiriyas, contestándole la Caballé con un fragmento de aria. Luego el Bizco
interpretó unas alegrías y la cantante otro fragmento lírico. Y así, mano a
mano, formaron aquella noche el alboroto entre los empleados del
establecimiento, los pocos clientes que allí quedaban y los viandantes que por
la puerta pasaban.
El bizco hablaba,
como quien dice, por bulerías, mientras Pepe Ríos acompañaba con el rasgueo de
su guitarra aquellas “parrafadas filosóficas”. Al oír todo aquello quedamos
plenamente convencidos que personajes como el Séneca aún existen en nuestra
tierra. Después la noche tertuliana quedó inundada por sus cantes por segurillas,
soleares, alegrías y no sé cuantas cosas más, con una maestría que a todos nos
dejó asombrados.
La cultura de la sangre
Y los cantes se sucedieron en aquella nuestra noche
jerezana, y el sentimiento de nuestras tradiciones flamencas nos embrujó. Cantó
Joselito Méndez, cantó el Mijita, replicó el Bizco por segurillas, soleares y
alegrías, y todos nos sentimos embargados por la emoción en uno de esos
momentos que sabíamos a ciencia cierta tardaría muchos años en repetirse. La
cultura de la sangre y la enjundia de un pueblo que tanto llamara la atención
de Lorca en aquel monstruo del cante como fue Manuel Torre, se hizo sentir en
su máxima expresión aquella noche en la que la primavera se nos había
adelantado. Eran las tres de la madrugada cuando embrujados levantamos la
sesión para marchamos a casa. Siete horas de tertulia que jamás olvidaremos.
Artículo publicado en mi sección "Jerez en el recuerdo" de Diario de Jerez el 20/4/2015
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