Hagamos un breve recorrido por la historia del más hermoso de los paseos de Jerez: el de Capuchinos. Nombre que toma naturalmente del convento de los frailes capuchinos establecidos allí desde el siglo XVII y que antaño se iniciaba a la altura del Mamelón. Según refiere en uno de sus trabajos el ínclito historiador y archivero municipal Adolfo Rodríguez del Rivero, en el año 1784 se construyó un trozo de carretera con unas barandas de madera a ambos lados de ella en lo que hasta entonces había sido el inicio del camino que conducía a Sevilla. Sería al año siguiente cuando comenzara la pavimentación del camino de Jerez a Sevilla para convertirlo así en calzada o carretera con firme de piedra partida, para lo que se emplearon dos mil hombres divididos en varias cuadrillas. Son estas las primeras noticias escritas que conocemos de nuestro Paseo de Capuchinos. En cuanto a las antes aludidas barandas que separaban la zona destinada a la circulación de carruajes del paseo propiamente dicho, subsistieron hasta el invierno de 1810, fecha en la que una división del ejército español al mando del duque de Alburquerque en retirada hacia Cádiz, perseguida por los franceses, pernoctó allí y las quemaron para calentarse.
En 1817 se invirtieron 1.779 reales en
la plantación diversas especies arbóreas a lo largo de todo el paseo. En 1824
el Ayuntamiento recibe la orden de adecentar las entradas y salidas de la
ciudad con motivo de la visita de las infantas de Portugal. Por esta causa se efectúan importantes
reparaciones para lo que se hizo necesario arrancar los árboles que se sembraron siete años antes. La última y
definitiva plantación arbórea que se lleva a cabo en el paseo que nos ocupa se
efectúa 1852, siendo alcalde de la ciudad don José Barba y Mateo. Dicha
arboleda, de la que aún quedan algunos centenarios ejemplares, subsistió hasta
la construcción en 1957 de la actual avenida Álvaro Domecq. El historiador
Joaquín Portillo, en su obra Noches
Jerezanas, publicada en 1839, nos describe este paseo de la siguiente
manera:
"La entrada a la
ciudad por esta parte es el ameno paseo llamado de Capuchinos, porque termina
con el ex convento de esta orden. Le adornan y embellecen una porción de
huertas regadas con sus respectivas norias, que con su arbolado despiden un gas
tan benigno como saludable. Tiene 800 pasos de largo y se eleva no poco sobre
el resto de la campiña. Principia el paseo por una glorieta o plaza circular
compuesta de dieciséis ochavas, y continúa en línea recta por unos muros que
forman medias lunas con sus adornos en la cúspide, casi hasta entrada de la
espaciosa calle de Sevilla."
Y
ahora avancemos en el tiempo para recordar cómo era este paseo hasta la primera
mitad del siglo XX, cuando se construyó la Avenida Álvaro Domecq, que dicho sea
de paso recibió dos nombres antes del actual como fueron: Gran Avenida y
Avenida de América. Dicha avenida, como recordaremos, la conformaba lo que era
la carretera a Sevilla propiamente dicha, la cual partía desde el Convento de
Capuchinos con una ancha calzada de cuatro carriles en el centro y dos
laterales menores delimitados por hileras de árboles que le daban un sello muy
característico. Nada más comenzar, a la derecha donde está el Consejo Regulador,
se ubicaba una fábrica de harinas y, en el lado izquierdo, varios palacetes y
casonas entre espesa arboleda de los que aún sobrevive Villa Elena, así como el
edificio que fuera clínica del prestigioso traumatólogo Dr. José Girón Segura,
centro donde dicho médico efectuara uno de los primeros injertos óseos de los
que se hicieron en España. El mismo lugar donde el 10 de junio de 1948 descansara un buen rato tras su viaje el
descubridor de la penicilina y premio Nobel Sir Alexander Fleming y donde a través
de los micrófonos de Radio Jerez se dirigiera a los jerezanos, actuando como
traductor el recordado Dr. José Arcas Gallardo.
En los terrenos donde hoy se alza el
Instituto P. Luis Coloma se encontraban los viveros municipales, hoy ubicados
en el Parque del Retiro. Justo enfrente, en la acera izquierda y el mismo lugar
donde hoy se encuentra una urbanización de chalets, teníamos la plana mayor de
la denominada Yeguada Militar, unidad de caballería que años después pasaría al
Cortijo de Vicos.
Y vamos ahora con una anécdota curiosa. Junto
a la citada Yeguada existió una finca denominada Huerta de la Verbena en la que
sucedió lo que a continuación voy contar. Resulta que, a finales del siglo XIX
y principios del XX, hubo en España una gran escasez y encarecimiento del
tabaco con motivo de la pérdida de Cuba tras la guerra de España con los
Estados Unidos, en la que sufrimos la destrucción de nuestra flota de guerra y
como consecuencia nuestras últimas colonias. Ello propició enormemente el
contrabando de tabaco desde Gibraltar. Por esta causa se montó una
extraordinaria vigilancia en los accesos a la ciudad tanto por parte del cuerpo
de Carabineros como en las casetas de arbitrios implantadas en todas las
entradas a la población. Para evadir estos controles, un grupo de contrabandistas
que traían sus alijos de tabaco desde Gibraltar a lomos de mulos y a través de
los montes por intrincados caminos, establecieron su base en la mencionada
Huerta de la Verbena, por aquel entonces lugar solitario a las afueras de la
ciudad. ¿Y saben cómo introducían el tabaco en la ciudad? Pues lo efectuaban
por la noche de una forma ingeniosa y nada arriesgada, lo hacían nada menos que
valiéndose de perros adiestrados que transportaban en sus lomos la mercancía a
diversas casas de la ciudad, así de sencillo. No he hallado noticias de que
aquellos contrabandistas fuesen descubiertos.
Ya llegando a la plaza del Caballo, como
muchos recordarán, se situaba una huerta conocida popularmente como “de las
lechugas”, en la que tras una visita al cementerio de Santo Domingo era casi
obligado degustar sus hermosas lechugas bien enjuagadas con la fresca agua de
un pozo, costumbre muy arraigada entre nuestra gente por aquellos tiempos.
Recordamos también un bonito olivar donde hoy se alza Jerez-74.
Aquel
paseo de Capuchinos siempre tuvo un encanto especial. Agradable paseo bajo la
sombra de su magnífica arboleda en las luminosas mañanas dominicales o en las
tardes estivales, en un constante ir y venir de niños y mayores, mientras el
barquillero con su bombo cargado de barquillos de canela o los vendedores del popular
“pirulí de la Habana ”
pregonaban y atraían a los niños cual moderno Flautista de Hamelín. Y qué decir
de aquellos bellos jardines de la Rosaleda, hace años lamentablemente
abandonados a su suerte, con sus pérgolas, sus estatuas, sus floridos arriates
y su densa y fresca arboleda bajo la cual soñaron tantas parejas de enamorados.
No olvidemos tampoco aquella rústica venta de Benjamín, a la que daba la
bienvenida el busto de don Julio González Hontoria, y nos invitaba a descansar
y a deleitarnos con un buen refrigerio entre buganvillas y enredaderas.
El silencio,
el sosiego y el canto de los pajarillos invadían todo el ambiente, solamente
roto de vez en cuando por el paso de algún viejo Austin, de un ruidoso camión o
el alegre trote de un coche de caballos.
En fin, una estampa bucólica de unos tiempos que quedaron en el
recuerdo. Aunque dejando a un lado historias y nostalgias, es preciso reconocer
que nuestra Avenida sigue siendo la más hermosa, noble y señorial de todas las
que existen en la ciudad. Digno pórtico de entrada a Jerez para orgullo de
propios y admiración de extraños
Antonio
Mariscal Trujillo
Me ha gustado mucho su lectura. gracias por compartir
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