Tres fueron las ocasiones en las que los
monjes tuvieron que abandonar la
Cartuja , y todas ellas durante la primera mitad del siglo
XIX. La primera lo fue el 30 de enero de 1810 con motivo de la inminente
llegada de las tropas napoleónicas, cosa que sucedió tres días después. La
comunidad religiosa tuvo que huir en una barcaza navegando por el Guadalete
para refugiarse en Cádiz ante el fundado temor de ser represaliados por el
ejército invasor, ya que el Padre Prior había encabezado un año antes le denominada
"Junta de Defensa Local", creada al objeto de defender la ciudad de
los franceses, acción que nunca se llevaría a cabo.
El 3 de Febrero de 1810, las fuerzas
napoleónicas al mando de José Bonaparte entraron en Jerez. Una comisión
compuesta por las autoridades locales se vieron en la obligación aquel aciago
día de salir al Altillo con objeto de recibir a los invasores, los cuales, en
marcha triunfal, desfilaron por diversas calles hasta llegar a la plaza del Arenal
ante el profundo y bien fundado temor de la mayoría de los ciudadanos. Jerez
como el resto de las ciudades y pueblos españoles donde pusieron sus botas los
franceses, no se libró de los terribles expolios y saqueos por parte de los
soldados galos y de sus mandos, y la Cartuja tampoco. Pero si
grande fue el pillaje extranjero, en el caso del monasterio, fue aún peor el
que sufrió por parte de los lugareños durante los tres días que transcurrieron
entre la salida de la comunidad y la llegada del ejército francés. Hombres,
mujeres, viejos y niños, todos, entraron a saco en lo que hasta unas horas
antes había sido lugar de respeto y oración para robar todo lo que se pudiese
vender o guardar. Los ilusos monjes no podían imaginar hasta donde puede llegar
la rapiña humana. Cuando llegaron los franceses solamente se pudieron llevar
algunas pinturas (que no era poco), las cuales al parecer, por causa de la
propia incultura, los saqueadores
locales no les prestaron demasiada atención.
En el verano de 1812, una vez las fuerzas
de Napoleón hubieron abandonado nuestra tierra, vuelven los Cartujos a su casa
que, como cabría suponer, la encontraron vacía de mobiliario, vestuario o
decoración y, en el más deplorable de los estados. A pesar de todo, nuevamente
es restablecida la vida monástica y poco a poco se van reparando las secuelas
de los desmanes sufridos durante los dos últimos años.
Pero esta aparente tranquilidad no les iba
a durar mucho tiempo, ya que ocho años después, concretamente el 21 de
noviembre de 1820, una orden del Ministerio
de Hacienda decreta la clausura de todos los conventos cerrados durante la Guerra de la Independencia. Por
esta causa los frailes se ven de nuevo obligados a dejar su monasterio. En esta
ocasión y como ya dijimos con anterioridad, todos los bienes de la Cartuja fueron incautados
y vendidos en pública subasta. La
Orden de San Bruno no volvería a Jerez hasta tres años
después, una vez acabado el denominado "Trienio liberal”. A su vuelta la
comunidad se afana por todos los medios en recuperar algunos de los bienes
muebles, enseres y vasos sagrados que anteriormente les hubieron pertenecido.
La tercera y definitiva exclaustración se
produjo el 19 de agosto de 1835, como consecuencia del famoso decreto de
Mendizábal que tanto daño causara al patrimonio histórico y artístico de
nuestro País. Aquel fatídico día para nuestro legado cultural y monumental, en
el que tras un inventario de los bienes, vasos sagrados y alhajas, los cuales
fueron depositados en la
Colegial , los monjes de la Cartuja de Santa María de la Defensión abandonaron
definitivamente su monasterio después de cuatro siglos. Componían la comunidad
en aquel momento 14 sacerdotes y cinco legos. Al cuidado de aquella
incomparable joya arquitectónica quedó un solo guarda que no duraría muchos años en su cargo. Paradójicamente, a
pesar de su abandono, en 1856 fue declarado Monumento Nacional, gracias al interés y los denodados esfuerzos
de la Academia
de Bellas Artes de Cádiz, como única medida para salvar de la ruina y total
desaparición al Monasterio jerezano de la Cartuja.
Para terminar diremos que, aunque en esta ocasión no fue una exclaustración como las tres del siglo XIX, en enero del año 2002 abandonaron la Cartuja de Jerez los últimos monjes que en ella quedaban. La falta de vocaciones unida otras circunstancias que no vamos a citar, hicieron que nuevamente este incomparable monasterio quedase deshabitado. Luego vinieron las monjas de la congregación francesa de Ntra. Sra. de Belén que son quienes lo habitan actualmente y mantienen el culto
Para terminar diremos que, aunque en esta ocasión no fue una exclaustración como las tres del siglo XIX, en enero del año 2002 abandonaron la Cartuja de Jerez los últimos monjes que en ella quedaban. La falta de vocaciones unida otras circunstancias que no vamos a citar, hicieron que nuevamente este incomparable monasterio quedase deshabitado. Luego vinieron las monjas de la congregación francesa de Ntra. Sra. de Belén que son quienes lo habitan actualmente y mantienen el culto
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