¿Piensas que te he olvidado? No ¡cómo podría olvidarte
mi Vieja Alameda! Si hace muchos veranos que no vengo a sentarme en tus
venerables bancos, no es porque te haya olvidado, es que los tiempos han
cambiado. Ahora voy siempre con prisa, mucha prisa, no puedo pararme.
Mira: el trabajo me agobia, la familia
me reclama, y el poco tiempo que me
queda para descansar lo paso ante una caja llamada televisor, que me informa,
me orienta, me dice lo que debo comer, lo que debo vestir, lo que debo decir y hasta
lo que debo pensar. A veces me cuenta mentiras o verdades a medias, y en
ocasiones pienso que me manipula. ¿Ves como los tiempos han cambiado?
Ya no te necesito para tomar el fresco
las tardes de verano, ahora tengo aire acondicionado en casa y un coche que me
lleva a la playa hasta cuando yo no quiero. Ha llegado el progreso y no se
puede ir en contra de la corriente.
Compréndeme mi querida y vieja Alameda.
Tu misma has cambiado, ya no eres igual que cuando te conocí. ¿Dónde está tu
precioso suelo de mosaico blanco y azul? ¿Dónde guardaste el organillo y el
parisién? ¿Dónde está tu fuente y sus pececillos de colores? ¿Donde están
Mariano y sus cunitas? ¿Dónde quedaron tu alegría bulliciosa, tus chiringuitos,
tus papas al bastón, tus caracoles, tus altramuces y tus pimientos fritos?
¡Dónde se marchó tu gente!
¿Dónde están los niños, sus madres y sus abuelos? ¿Dónde
el soldado y la criada? ¿Dónde un tal José Luis que con su guitarra cantaba a
una Mariquilla bonita? ¿Y aquellos muchachos y muchachas que te llenaban de
alegría, jolgorio y colorido cada tarde?
¿Ves como no soy yo el único que cambió? Hasta te han
borrado el apellido que un día te diera la gesta del Alférez Fortún de Torres.
Tú, tan bonita y recoleta fuiste siempre testigo de la historia de nuestro
pueblo, tanto de la que se escribe en los libros como la que se imprime en los
corazones.
El tiempo no ha pasado para ti, tampoco para mí. Y, en
ese frenético cambio de modos de ser y de costumbres, un día te dejamos
abandonada. Te invadieron cientos de caballos de metal motorizados, te
humillaron con conciertos de música insultante, y horadaron tus entrañas para
hacer un aparcamiento. ¡Cuánto debiste sufrir mi querida Alameda!
Hoy sigues siendo linda y preciosa, pero tus noches de verano ya no sirven
para enamorarse o enamorar como antes. Ni siquiera para disfrutar del frescor
de la brisa de poniente al atardecer,
para ver subir aquellos viejos cacharros por la Alcubilla cargados de gente coloradita
volviendo de las playas.
En fin, mi vieja y querida Alameda, ya no puedo estar
más tiempo contigo, he de marcharme, tengo mucha prisa y, además, estoy
corriendo el riesgo que la grúa del ayuntamiento se lleve mi coche que lo tengo
ahí enfrente sin ticket.
Antonio
Mariscal Trujillo
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