Son diversas las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en nuestro término municipal en las que se han encontrado vestigios de almacenamiento tanto de vino como de aceite de oliva en el interior de lo que fueron depósitos subterráneos de determinadas “villas romanas”. Ello viene a decirnos que, desde los tiempos de la antigua Roma, e incluso desde épocas más remotas, el cultivo tanto de la vid como del olivo fueron habituales en nuestra tierra, por lo que podemos deducir que a la llegada de los árabes a la Península Ibérica en el siglo VIII, el cultivo del olivar estaba sólidamente asentado en nuestra campiña, existiendo diversas referencias escritas de que el Jerez medieval estaba rodeado de olivares.
Esta circunstancia queda patente cuando en el Libro del Repartimiento encontramos alusiones a diversos molinos de aceite repartidos por el interior del recinto amurallado, e incluso una donación de Alfonso X al monasterio de Santo Domingo de 83 aranzadas de olivar y un molino de aceite situado en las inmediaciones del convento.
De este modo podemos ir avanzando en el tiempo y, a través de la historia de nuestra ciudad, encontrar centenares de menciones referentes a olivares y molinos de aceite.
En el período comprendido entre los siglos XVI y XVIII se pueden contabilizar alrededor de 30 molinos de aceite repartidos entre las collaciones de San Mateo, San Juan, San Marcos y San Dionisio, así como otros que van surgiendo en el arrabal de San Miguel, los cuales proliferan en dicho barrio hasta el punto de crear un problema de suciedad y malos olores. A este respecto en las actas capitulares del año 1612 encontramos lo siguiente: “Se da cuenta que el arpechín de varios de los molinos de aceite existentes en el barrio de San Miguel corría por la calle San Miguel desaguando en el Arenal, donde formaban grandes charcos con las consiguientes molestias y olores para los vecinos”. Aparte de estos molinos urbanos también existía un número indeterminado de almazaras situadas en los olivares de mayor extensión.
Nombres de lugares que han llegado hasta nuestros días como: Olivar de Rivero o Pozo del Olivar, Puerta del Olivillo, refiriéndose a la de Santiago, y del Aceituno o Acebuche en relación a la Puerta de Rota. También calles como Oliva, Molineros o Molino del Viento, indican la notable relación del olivo con nuestra ciudad, cuya superficie cultivada en el siglo XVIII llegaba a casi igualar a la ocupada por la de la vid. Así en 1754 los olivares ocupaban unas 7.500 aranzadas y las viñas algo más, alrededor de 9.100.
Conforme avanzaba el siglo XIX la superficie olivarera va disminuyendo paulatinamente. El importante auge que va tomando la industria vitivinícola, hace que miles de aranzadas dedicadas al olivar se vayan sustituyendo por la plantación de vides, proceso que se acelera a partir de 1870 por la demanda añadida de vinos por parte de Francia que ve arruinados sus viñedos a causa de la filoxera, una plaga que aquí tardaría aún quince años en llegar. Por todo ello, al terminar el siglo, la superficie destinada al olivar en el agro jerezano era solamente de unas de 2.500 aranzadas. Otro de los motivos que impulsa a desmontar olivares es la aparición a mediados de ese mismo siglo XIX del petróleo, producto que sustituirá al aceite de oliva como principal combustible para el alumbrado doméstico y que popularmente sería conocido como “mineral” para diferenciarlo del “vegetal” o de oliva. Hemos de mencionar que en siglos pasados el aceite de oliva tenía poco parecido con el actual, ya que lógicamente los procesos de refinado y filtrado eran muy primitivos, obteniéndose un aceite oscuro, de alta acidez y lleno de impurezas, por lo que la gente prefería las grasas animales como la del cerdo para la alimentación, usándose el aceite de oliva principalmente para alimentar las lamparillas y velones del alumbrado doméstico y, también, para la fabricación de jabones.
A pesar de ello, podemos encontrar en el magnífico Plano Parcelario del término de Jerez de Adolfo López-Cepero realizado en 1904, no menos de 25 olivares en las cercanías de nuestra ciudad. Nombres como: Olivar de San Jerónimo, de la Clavería, de Gigote, de Montegilillo, del Troval, de Visley, de la Peñuela, de la Compañía, de Domecq o de Vista Alegre, jalonan las tierras de nuestra comarca, sobre todo al norte y nordeste de la ciudad. Destacando por su extensión los situados en las tierras cercanas a la ermita de Salto al Cielo, que hasta la Desamortización de Mendizábal pertenecieron al Monasterio de la Cartuja. Recordemos la gran parcela donde hoy se asienta Jerez-74 junto al Parque González Hontoria, que hasta finales de los sesenta del pasado siglo fuera un olivar. Como mudo recuerdo de lo aquí expuesto, todavía hoy podemos contemplar una docena de centenarios olivos en el interior de una urbanización de unifamiliares ubicada en el Polígono de San Benito.
No hace mucho me decía un buen amigo agricultor, que estas tierras de albarizas últimamente despojadas de sus viñas y dedicadas a cultivos de secano, son magníficas para el cultivo del olivo, tanto de la variedad “Hojiblanca” como de la “Arbequina”, variedad, esta última, que en la actualidad se da únicamente en contadas comarcas de Cataluña. Produce unas olivas pequeñas en tamaño pero de una gran riqueza grasa, de ellas se obtiene un aceite de excepcional calidad y muy apreciado por los gourmets. Por ello me pregunto: ¿Sería ésta la gran alternativa a la actual decadencia de nuestra industria vitivinícola?.
Antonio Mariscal Trujillo
C.E.H.J.
Foto: Pie de olivo centenario en la Avenida Duque de Abrantes
Publicado en Diario de Jerez 14.10.2011.
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