Llegó la primavera y con ella la
Semana Santa. Semana Mayor, unos días en los que cada año, como desde hace
siglos, Jerez se viste de fiesta, fiesta sagrada y solemne para rememorar la
pasión, muerte y resurrección de Cristo. Túnicas, capirotes, espartos,
zapatillas, cíngulos, chaquetas y mantillas salen de los armarios en los que
han estado adormecidos entre aromas de alcanfores. El olor de las torrijas, los
roscos y las canelas del arroz con leche bañan el aire jerezano hasta ahora
aromado por la fragancia de sus mostos.
Y es que hasta los naranjos de sus
calles parecen querer colaborar en el esplendor de esta Semana Mayor estallando
en azahares, como si quisieran perfumar junto con los inciensos el paso de las
Dolorosas que a través de las calles jerezanas seguirán el camino del Nazareno
en su Pasión. En los barrios de San Miguel, Santiago, San Pedro o la Plazuela
una cruz de espejo y guía abre las viejas puertas de los templos para que los
Cristos y las Vírgenes sobre canastillas de oro o bajo bordados palios sean por
unas horas peregrinos sagrarios a hombros de sus hermanos costaleros.
Las calles cargadas de historia
serán testigos de ese milagro que se repite cada año en primavera. Plazas que
como las de Cristina, Asunción o Rivero serán bellos escenarios para la
representación del drama de la pasión en versión jerezana. En esas y otras
plazas, así como en el dédalo de calles del viejo Jerez veremos desfilar las más señeras cofradías
junto a un pueblo arremolinado en torno a sus cortejos penitenciales, envueltos
por la magia de una saeta, una marcha o el sonido de trompetas y tambores.
¡Que alegría bulliciosa la de esos
niños lasalianos que con sus palmas y hosannas acompañan el Domingo de Ramos a un
Jesús triunfante subido en su pollino!. El Lunes Santo quedaremos embriagados
por ese grupo escultórico que el sanroqueño Ortega Brú realizara para la
Hermandad de la Cena, que en la cercana parroquia alfonsí de San Marcos fuese
fundada en la única noche que nevó en Jerez en todo el siglo XX. Al día
siguiente, el Cristo cartujano de la Defensión que un día abandonara las orillas
del Guadalete para venirse a vivir al convento de los Capuchinos nos inflamará
el alma de emoción.
El miércoles desde el mismísimo corazón del viejo Jerez y con un sobrecogedor
silencio, solamente roto por el rezo del Santo Rosario, el Señor de la Tres
Caídas, talla salida de la gubia de aquel escultor de origen valenciano llamado
Ramón Chaveli, arrastrará tras de si a multitudes fervorosas.
Un breve descanso, una copa en amena
conversación con amigos o familia nos hará reponer fuerzas y así preparar
nuestro espíritu para contemplar la más bella imagen que imaginarse pueda: la
del Nuestro Padre Jesús del Prendimiento que, precedida por cientos de
nazarenos de rojos capirotes y albas túnicas, se detendrá ante una hermosa
casa, antaño hogar del famoso ganadero Juan Pedro Domecq, hoy bellísimo hotel,
y tendremos a Jesús al alcance de nuestra mano para embriagarnos con su mirada;
mientras la saeta, gitano nudo en devota plegaria, rasgará el aire de toda la
plaza Rivero bajo la mirada atenta del bronce de aquel gran alcalde que fuera
don Rafael Rivero de la Tijera. Al alargar un poco la mirada en dirección a
Plateros, unas todavía tenues luces del paso de
Nuestra Señora del Desamparo aparecerá y se irá acercando lenta y
solemnemente por la estrecha calleja de los torneros. Palio, varales,
bambalinas, manto, candelabros y cirios, en perfecta conjunción armónica, dirán
sin palabras que a los andaluces todo nos parece poco para ataviar y alegrar a
María en su más grande Desamparo a causa del Prendimiento del hijo.
Bullicio y jolgorio familiar, sana
alegría y tertulia. Que palcos sí o palcos no, la nueva carrera oficial es
demasiado larga, yo prefiero como antes. Que si los estrenos, que donde nos
vemos mañana para los Santos Oficios, que si el tiempo puñetero, que si lloverá
o no lloverá. “Media de Tío Pepe, una de gallo, otra de chocos y media de
jamón”, y así el discurrir de otro de los días grandes de nuestra Semana Mayor.
Y llegó el Jueves Santo. Santos
Oficios en San Marcos, Santo Domingo o San Miguel, café en calle Larga antes de
emprender la tradicional visita a los Sagrarios. San Marcos, Las Mínimas, Reparadoras,
Hermanas de la Cruz, Santa María de Gracia, Clarisas. “Bendito sea Jesús
Sacramentado” “sea por siempre bendito y alabado” repetidos con voz queda
una y otra vez tras cada Padre Nuestro.
Ya se acerca desde el Carmen el
cortejo de la silenciosa Lanzada, detrás el Ecce Homo y su Mayor Dolor de san
Dionisio, con el omnipresente recuerdo de aquel inolvidable cura Bellido que
supo imprimirle la misma fuerza que él puso durante los años sesenta para la
restauración de su templo. Ya de retorno a San Juan, el de los Caballeros, la
Veracruz, seguida de aquella Santa María de las Lágrimas, otrora objeto de
devociones multitudinarias como copatrona de Jerez y que en la calle Medina
tuvo capilla hace casi dos siglos.
¡Que viene el Cristo, el Cristo! ¿Qué
Cristo? el de la capilla marinera de San Telmo, el de la Expiración, el de los
gitanos, es Viernes Santo. ¡Que figura, que hermosura, que grandeza! De allí
viene, desde la Hoyanca, desde las tierras del maestro Fuentes y las de
Bernardó hasta la Plazuela, por una calle del Sol donde se embriagará de saetas
y piropos. Sus cargadores, vistiendo túnicas plisadas y tocados egipcios, ponen
el sabor diferente de un particular estilo ancestral que nunca se debió perder.
Siguiendo sus pasos hasta la plaza Rivero, camina la Virgen del Valle,
chiquita, morena y bonita como ella sola.
El fúnebre cortejo del Santo
Entierro pasará de vuelta a su Calvario por la calle de la Sangre, dejándonos
la nostalgia de unos días vividos con intensidad y devoción; pero con la
esperanza de que el domingo por la mañana veremos otra vez pasar a Jesús, aunque
esta vez... ¡Aleluya, Aleluya! glorioso
y triunfante. Cristo ha resucitado en Jerez ¡Aleluya!.
Antonio Mariscal Trujillo